¿Cuántas veces hemos asistido en el cine a la disección de una comunidad de mujeres a través de sus historias particulares? El cine patrio es bastante ducho en este tipo de temáticas sociales, pero no resulta nada habitual que sea una película del Líbano la que trate de profundizar en ellas. Por eso, en principio, la visión de estas cuestiones que nos vaya a ofrecer la película de Nadine Labaki resulta novedosa. Lo que es completamente insospechado es la sensibilidad, elegancia y buen gusto con el que lo hace. En efecto, Caramel es un film de incuestionables virtudes que pueden razonarse desde diversos puntos de vista.
El análisis de la vida de cinco mujeres completamente diferentes entre si, se realiza a través de un nexo de unión, que en este caso es un salón de belleza de Beirut. Cada una de las historias son independientes, aunque evoquen eventos comunes a todas ellas. Aunque lo cierto es que la realizadora se reserva para si misma el rol central de la historia, se le disculpa el que no profundice tanto en los problemas de las otras mujeres como en lo suyos. Esto es debido a una explicación muy sencilla: decididamente, la película cuenta lo que tiene que contar de cada una de ellas, desarrollando cada historia en su justa medida. Eso explica por una parte que nadie se aburra en la sala y por otra que a todos la película se nos haga tremendamente corta. Es lo que pasa con las cosas buenas.
Así, desde la historia de los amoríos de Layale al personaje de Rose, los problemas abordados son tan cotidianos y profundos como la aceptación del envejecimiento, la identidad sexual, los sacrificios necesarios y la búsqueda del amor. En cierto modo, son las diferentes etapas de la vida de cada mujer, fosilizadas en los diversos personajes como si de un estudio geológico de la feminidad se tratara. Son historias comunes, perfectamente extrapolables a cualquier otro lugar del planeta en el que la mujer participe activamente en la vida social. Ahora bien, el mundo árabe tiene muchas cosas que decir al respecto. En efecto, a pesar de que las historias que desarrolla Caramel podrían acaecer en cualquier rincón del mundo, algunos puntos nos recuerdan la exótica procedencia de la película, como la escena del militar acosando a la pareja en el coche o las múltiples referencias a la cultura musulmana. El acierto del film es permitir que esos detalles no afecten al desarrollo de estas, sino que lo ambienten.
Por citar solo una de las historias abordadas, quizás la mejor de todas, el modo en el que Labaki nos muestra el enamoramiento de la más madura de todas ellas es una perfecta muestra de humanismo y sensibilidad. Es una historia sencilla, construida igualmente a través de eventos comunes -las sesiones en las que Rose toma las medidas a su vecino- y que termina a través de una decisión demoledoramente triste: Para anteponer la felicidad de su madre a la suya propia, deberá renunciar a ese amor tardío. Como en la vida, no todos los desenlaces han de tener un final trágico. La felicidad puede encontrarse en esas miradas llenas de complicidad entre clienta y peluquera o en una fiesta en la que se olvida lo antiguo para abordar lo nuevo. Otros tantos finales nos muestran una falta de evolución, destinos infelices abocados a la continuidad, pero no por ello puede decirse que Caramel sea una película triste. El sentido del humor presente a lo largo de la obra, muchas veces bastante ácido, viene a confirmarlo.
Gran parte del éxito de esta película lo hallamos en la labor de los actores. Todas las intérpretes, sin excepción, están fantásticas. Desde la más veterana a la más joven, recrean a la perfección las diferentes personalidades de un grupo de amigas. Gisèle Aouad, Yasmine Elmasri, Sihame Haddad, Nadine Labaki y compañía alimentan los cimientos de esta película coral con sus presencias. Para empezar, fijémonos en la figura de la directora. Tiene un merito enorme dirigir, guionizar y actuar en una misma producción. Ahora bien, no hay que olvidar la tremenda música a cargo de su marido, Khaled Mouzannar, una autentica obra maestra que da un uso magistral a los sonidos de su país de origen. En ciertos momentos, el espectador se siente completamente envuelto por las melodías y la historia. Ambas se entremezclan hasta formar un todo maravilloso. La fotografía de tonos suaves y apaisados termina por otorgar esa luz especial a una producción coherente en todos sus aspectos.
Con semejante conjunto de virtudes, las escenas solo pueden resultar magistrales a la par que naturales. Las cosas se cuentan como se tienen que contar, ni más ni menos, no cayendo en ningún momento en el exceso. Mantener ese nivel durante todo el metraje es a priori una misión imposible, pero la directora lo consigue. Esas imágenes que se quedan en la retina, como la de la hija del amante y la dueña de la peluquería observándose a través de una pecera o la escena en la que el policía se inventa una conversación mientras ella habla por teléfono son estupendas. La película es un constante suma y sigue de aciertos.
Si, tal y como nos explican en un momento de la película, "caramel" no significa precisamente caramelo en su acepción común, al film de Nadine Labaki se le puede aplicar una definición parecida, de algo dulce pero doloroso, tremendamente contenido pero desbordante de sentimientos. ¿Cuantas veces hemos visto esta misma historia contada con semejante acierto? Es lo de siempre, como nunca. Precisamente lo más difícil. Caramel es una pequeña joya del séptimo arte. Un autentico triunfo del cine humano sobre la figura de la mujer cotidiana y de la vida. La de todos nosotros.