Ha ocurrido varias veces ya con algunas películas premiadas en Sundance, especialmente cuando, como esta, son un premio del público. El concepto de cine independiente siempre ha sido difuso, y cada vez lo es más, cuando se convierte en producto vendible y por tanto, pierde toda su esencia inicial. No podemos negar que esta sea una película independiente, en el sentido más básico del término, pues el mismo autor, Sean Ellis, la produce. También su protagonista, el filipino Jake Macapagal. Sí, es una coproducción británico-filipina, con un presupuesto claramente ajustado. Pero si pensamos en el cine independiente como una filosofía, esa que busca una alternativa a los productos enlatados de los grandes estudios, lo que tenemos aquí es el clásico fraude de Sundance.
Detrás de sus imágenes de
extraradios, su temática social, su ambientación en un país tan
reconocible dentro del cine de autor como es Filipinas; tenemos el
desarrollo más convencional que puede salir de la máquina de hacer
guiones de algún malvado productor de Hollywood. Un cruce entre
drama dickensiano facilón y heist film (películas de robos) de
pirueta. El primero, es la clave para que hasta a los de la última
fila de los pases de Sundance les quede claro que se trata de
denuncia social. El personaje las debe pasar putas, y luego, un poco
más putas. Él y toda su familia. No limit. Hasta donde se quiera
subir la apuesta. El aplauso y la nota será mayor cuantas más
cabronadas le diseñe el guionista a sus personajes, que en
contrapartida serán unos santos. Cualquier subrayado y reiteración
será bienvenido. Después, el heist film ofrecerá las concesiones
que el terriblemente sediento espectador necesita llegado a ese punto, con un final
disfrazado de giro brillante. Por supuesto, este complemento echa por
tierra cualquier fingido hiperrealismo que ha querido mantener hasta
entonces.
¿Por qué no? Danny Boyle se llevó
así 8 oscars -de los gordos- con Slumdog Millionaire, una de
sus películas menos interesantes.
Claro que Ellis no tiene el ritmo de
Boyle ni de lejos, la película, predecible y manida, se hace
bastante larga. La luz de Manila está conseguida, y el estilo de
baja cailidad de la imagen bien utilizado. Pero no nos engañemos,
por mucho que nos muestren la pobreza filipina y se busque la
sordidez, esto no es Brillante Mendoza. Esto es un drama complaciente
con el tono trágico de un serial infantil y la trama del cine negro
más pobremente comercial.
Pasando por alto todo lo anterior, se puede disfrutar de un par de momentos buenos y seguir con cierta atención el hilo argumental hasta el final.