Prometí ver Transporter 2, para cerrar el círculo abierto por mi compañero Beiger, y la he visto.
Y habiéndola visto, también he podido echar un vistazo a las opiniones de mi querido Beiger, que, al igual que yo, pareció reparar también en el cachondeillo autoparódico de la cinta. Sólo que él se llenó la boca y ya creyó ver un rollo metacine y metacarcajada que parece que más que ante una película idiota de acción, estemos ante la próxima de Charlie Kauffman. Si cada vez que alguien se ríe de si mismo habláramos de metacine, deberíamos dimitir como precríticos y analistas (o algo así) del séptimo arte. ¿Para qué más análisis si Stallone ya lo hace en Oscar o Alto o mi madre dispara?
Hipérboles aparte, ese cachondeo que Beiger tanto aplaude, lo único que sirve es para que la película gane en interés en las escenas en las que, efectivamente, ese buen hacer paródico aparece. Que no es siempre, de hecho se echa en falta a menudo. Muchas escenas se limitan a la típica acción de chorropotocientos planos por segundo y atiborrar al espectador a hostias, en vez de darle un solo golpe, pero de calidad.
Así las cosas, los lloros de la madre por su hijo o las promesas del prota a quien sea me la traen bastante floja. Me aburren. Igual que esas escenitas de marras dando mandobles por aquí y por allá, por acá y por allí. En cambio (y reconozco que, aún sin sorprenderme demasiado, si que no me lo esperaba), con detalles sueltos y escenas sueltas en las que ese comentado tono paródico cobra cierto protagonismo, la película logra recuperar un mínimo de interés. Interés y sonrisa.
No sólo la escenita de la moto de agua que salta desde el mar hasta el asfalto para perseguir un autobús en el que huye un esbirro del malo malísimo (con frase-clásica-del-género: ¿Qué pretendes hacer??, le pregunta la chica; Coger el autobús, responde él sin cambiar el jeto, la podría haber dicho Chuache exactamente igual); o la pelea en la que el maromo protagonista da boleto a cuatro o cinco pelaos usando como arma... ¡una manguera! (¿una nueva arte marcial???), sino, sobre todo, la desfachatez con que los guionistas se debían estar descojonando construyendo los personajes y, más que nada, la trama.
Porque la "trama" es para explicarla y hacerle un monumento, o dos, por si uno se cae: Unos pringaos encabezados por un italiano que odia la ortodoncia (su dentadura más o menos está igual de alineada que la Muralla China) secuestran al hijo de un político. Piden un rescate. Pero es una cortina de humo. En realidad lo han infectado con un virus. Pero no quieren matarlo. Quieren que contagie el virus a su padre. Pero no para matar a su padre. Quieren que su padre, el politicucho, sí, acuda a la conferencia que tiene prevista días después para contagiárselo a todos y que, poco a poco, todos mueran.
Y lo mejor es que cuando el protagonista por fin se enfrenta al malo maloso del invento, este le suelta con toda la desfachatez que no, si yo de esto no sé nada, a mi me contrataron para esto unos colombianos y como soy todo un profesional, pues lo hago. Y santas pascuas. Y aún encima (el colmo del descojono), el tipo es profesional pero profesional profesional, tanto que él mismo es el antivirus, su sangre, vamos. De morirse de la risa.
Porque la peli es como es y uno es consciente de que los guionistas han hecho esto, también, muy conscientemente. Y se lo toma a cachondeo. Y a ratos hasta se ríe, uno, y se divierte. Pero por lo demás menudo pestiño. Madre mía.