Aunque suene a tópico, Japón es un país de contrastes y su cine no es una excepción. La industria nipona es capaz de producir a un mismo tiempo algunos de los más bellos poemas fílmicos junto a las barrabasadas más inclasificables. Esta película se enmarca claramente dentro de ese segundo grupo de trabajos alocados y delirantes que tanto furor despiertan entre los aficionados occidentales. Lo cierto es que no deja de resultar curioso que este tipo de propuestas se aprecien más allá de sus fronteras, sobre todo teniendo en cuenta el localismo de muchos de sus chistes. Es una prueba más de lo extendida que está la cultura pop japonesa.
Yoshihiro Nishimura no es un hombre especialmente conocido en occidente, aunque en su país de origen está considerado -junto a otros como Tomoo Haraguchi- uno de los grandes maestros de los efectos especiales. Hemos podido ver su trabajo en producciones como Suicide Club o la más reciente The Machine Girl, de la que esta película es una especie de sucesora espiritual. Empezar esta precrítica hablando de los trucos visuales del director es justo y necesario, pues su carrera profesional marca irremisiblemente el desarrollo del film.
Junto al guionista Kaji Kengo -responsable de la adaptación cinematográfica de Uzumaki- Nishimura ha ideado un futuro más paródico que distópico en el que la policía privatiza las libertades individuales en pos de una mayor seguridad colectiva. Su mejor arma es Ruka, una impasible mujer de armas tomar que ha de hacer frente a un grupo de mutantes. Usar el término ciencia ficción para definir Tokyo Gore Police es excederse. El director deja bien claras las intenciones de su película con esa primera escena en la que la protagonista sube a la azotea de un edificio propulsándose con un bazooka. Sobran las palabras.
Evidentemente, el plato fuerte de la película son las monstruosas creaciones del director. Sería necesario recurrir a un documento bastante extenso para referir aquí la genialidad de los japoneses en el arte de los efectos especiales tradicionales. No deja de ser curioso que un país tan tecnológicamente avanzado siga apostando por la vieja escuela del poliuretano y el maquillaje, una costumbre que proviene del mundo de las series de televisión y el Kaiju-Eiga. Como era de esperar, Nishimura no defrauda y el desfile de engendros es simplemente lisérgico. Además, cuando tiene que utilizar el ordenador es convincente.
Eihi Shiina presta sus hermosas e imperturbables facciones a una heroína típica de tebeo japonés. Lo cierto es que la sobriedad de su papel no se diferencia demasiado del que interpretara en Audition hace años. De hecho, más de un plano de su rostro es clavado a los de la película de Miike. Destaca también la presencia de Itsuji Itao, a quién pudimos ver hace no mucho en Dai Nippon Jin, aunque lo cierto es que los actores son lo de menos. Que nadie se lleve a engaño. La película es una gamberrada en toda regla, repleta de grandes escenas a la japonesa. Eso si, el metraje es un tanto excesivo para lo poco que tiene que contar.
El resto de elementos es un compendio de mecanismos típicamente nipones: Batallas de espadas coreografiadas, sangre propulsada en cantidades industriales y esas geniales referencias típicamente japonesas -en forma de falsos anuncios televisivos- a la prostitución, el suicidio o los videojuegos. La violencia es usada aquí como fuente de inspiración estética y narrativa, una brutalidad que proviene del mundo del anime. No es casualidad que los diseños de las armaduras del cuerpo de policía recuerden más que sospechosamente a las que lucían los militarizados agentes del Jin-Roh de Mamoru Oshii.
En resumidas cuentas, Tokyo Gore Police es una consecuencia más de la desenfadada industria cinematográfica japonesa, un producto destinado fuera de su país de origen a todos los nerds que compartan referencias culturales con Quentin Tarantino. Su desmedida estética de serie Z está más que planificada para que el director saque chispa a todos sus recursos, por previsibles que sean. En efecto, el film de Yoshihiro Nishimura es más de de lo mismo pero no defrauda. Cumple punto por punto lo que promete, aunque tanta locura empieza a hacerse monótona.