No soy precisamente un enamorado del poeta de la violencia, normalmente me resulta algo hortera. Acostumbra a mezclar escenas de violencia aceptables con las cursilerías más ñoñas y menos sutiles que su pelo teñido de rubio platino. Afortunadamente Takeshi Kitano no es sólo ese supuesto poeta de la violencia. En su lugar, de vez en cuando rueda sus pequeñas locuras con esos toques de humor japonés tan ridículos como deliciosos.
Un ejemplo de ello es su anterior película, Zatoichi, que además, para mi gusto funcionaba con un ritmo mucho más fresco que otros trabajos anteriores.
En esta línea de locura debe caminar un film con signos claramente postpostmodernistas como el que ahora nos ocupa. Por supuesto será, como comenta mi compañero Rómulo, un derroche de ego absoluto. Pero quizá eso también lleve a construir un interesante experimento, un juego, un capricho. Una película que merecerá la pena.
Como intérprete, naturalmente, le tenemos a él mismo o a Beat Takeshi, uno no sabe bien, en lo que constituirá un divertido juego del artista dentro de su propia obra.
No me voy a extender más, simplemente comentar que si el lector ha tenido la suerte de tener este extraño estreno en su provincia se anime a acercarse a una sala a comprobar lo que nos tiene que ofrecer Kitano en esta ocasión. Seguro que vale la pena intentarlo.