Inicialmente, incluía esta película
entre las películas que más me llamaban la atención de la reciente
edición de Cannes. Lo hacía por la curiosidad de ver de nuevo a Mel
Gibson en uno de esos papeles que se autoimpone como penitencia
ante su público, para compensar sus salidas de tono racistas,
machistas y ultracatólicas. Mel y un muñeco, un castor. ¿Quién
necesita más? Sin embargo, lo que he venido escuchando después de
su pase en el certamen galo, me hace pensar que la película se mueve
muy dentro de los límites más convencionales.
Dirige Jodie Foster, en la que
es su tercera incursión detrás de las cámaras, después de muchos
años de la segunda, A casa por vacaciones, y si esta
inteligente actriz se ha dado tanto tiempo para volver a dirigir, es
porque esta no es una película corriente más. También participa
como intérprete. En este sentido, Foster me recuerda un poco a Danny
DeVito, quien dirige de vez en cuando, títulos irregulares, pero
siempre con cierta personalidad.
Creo que la clave de la película se
encontrará en un punto medio entre el convencionalismo de un
producto de buenas intenciones, y la originalidad de un producto
fresco con personalidad. Veremos hacia donde se inclina la balanza.