Se pudo ver en el festival de Cannes y
ya casi un año después llega a nuestras pantallas este thriller
dramático con vocación de inquietar, desagradar, incomodar. Y es
que se camina por lugares de los que no queremos oír hablar, en
donde los menores pueden ser tan conscientemente perversos como
cualquier adulto y la línea que separa enfermedad y pura maldad se
difumina inconvenientemente. Es un tema jugoso para salir de la sala
mirando al suelo. La cuestión es que se haya hecho bien.
Las críticas, en general son buenas, y
ha cosechado premios y nominaciones de sobra como para que le
prestemos atención, en especial para la madre del elemento, la ya de
por sí inquietante Tilda Swinton. El padre será John C.
Reilly, con lo que tenemos una pareja de sólidos actores. Todo
pinta bien, aunque claro, ahora voy a por el Pero.
Y el Pero es Lynne Ramsay, su
directora. Hace ya casi una década de su anterior película, Morvern
Callar, pero no se me ha olvidado. Una insoportable narración vacía
que desemboca en unas superficiales secuencias de vacaciones horteras
en Ibiza con una muy pretendida estética festivalera -ya entonces
estaba más que caducada- y que en definitiva era un verdadero
tostón. Hay que decir que a cierto sector de la crítica le gustó y
mucho. A mí no, y me preocupa que no haya madurado lo suficiente, y
que, aunque ahora cuente con una trama más sólida, vuelva a caer en
tópicos y recursos demasiado fáciles. Creo que convertirá un buen
material en un producto irregular y muy mejorable. Veremos.