Ante una película rodada en la selva amazónica, uno espera encontrar un verde intenso que domine la imagen, algo casi agresivo, como el de John Boorman en La selva esmeralda (o ciertamente en varias de sus películas). Sin embargo, Ciro Guerra no tiene la intención de hacer otra película más sobre los pueblos indígenas del Amazonas. Su visión de la selva, de aquella selva, es en blanco y negro. Porque en blanco y negro están las fotos que nos dejaron los exploradores. La historia está inspirada en el diario de dos exploradores científicos, Theodor Koch-Grunberg y Richard Evans Shultes, dos de las primeras figuras que dieron una imagen más humana de los pueblos indígenas del Amazonas. En concreto, se inspira en las expediciones que emprendieron, al principio del siglo XX, el primero; 40 años después, el segundo. Además de los diarios, se conservan algunas fotografías, y están, lógicamente, en blanco y negro. Si uno pausa la película en cualquiera de los planos protagonizados por indígenas, podría estar viendo una de esas fotografías, de una nitidez cargada de matices.
Guerra nos lleva a la selva de entonces, nos sumerge en la expedición, en la curiosidad antropológica, con la austeridad de esa fotografía, que esconde la mirada de un científico y no la de un invasor. La cámara se desliza por el río, también en canoa, como si fuera un reportero del National Geographic, inmerso en la ficción, participando de la expedición. En general, el movimiento de la cámara es constantemente fluido, grácil. El blanco y negro que viene dado por esa referencia real, casi documental, tiene algo de místico. El propio director explica que busca algo de distanciamiento “para una historia contada desde otro mundo y otro tiempo”.
Esa espiritualidad, tan propia de los pueblos americanos, responde a una manera de entender el tiempo. “El tiempo sin el tiempo”. Este concepto, unido aquí también al uso de las drogas -ciertas imágenes alucinógenas se sitúan en algún punto indeterminado de las percepciones subjetivas de los personajes- es algo que tiene cierta vinculación a la cultura de estos pueblos, o al menos, a lo que llega de ellos. Estoy hablando de los chamanes, claro. Y aquí quiero señalar una excelente, aunque me temo que olvidada, obra de ciencia ficción de Ken Russell, Viaje alucinante al fondo de la mente (título rimbombante para el original Altered States), en el que también se jugaba con el tiempo sin el tiempo, las drogas, y se echaba mano de rituales indígenas. Guerra no solo nos invita a conocer a estos pueblos amazónicos, nos anima a mirar con sus ojos, a dejar por un momento la mentalidad occidental e intentar ver el universo a través del pensamiento de otra civilización. Es por ello que nos cuenta la expedición de dos exploradores científicos de mente abierta y no la de aventureros conquistadores.
Con el objetivo de respetar y representar adecuadamente el punto de vista indígena, el director ha contado con actores no profesionales, capitaneados por Antonio Bolívar, que además de interpretar al viejo Karamakate, ha enseñado el idioma a los actores extranjeros. Interpretaciones realistas que hacen que películas como Apocalypto parezcan Portaventura. El punto de vista amazónico tiene también una profunda carga ecologista y anticolonialista. El hombre occidental viene a imponer su pensamiento, su religión, sus costumbres. Pero sobre todo, viene para arrasar con los apetecibles recursos de estas tierras. El saqueo colonialista que no tiene pudor en robar a los nativos mientras los desprecia -condición necesaria para justificar sus acciones. Algo aplicable aún hoy a nuestros días, aún en parte en Sudamérica, aunque sobre todo en África -en este sentido es recomendable el documental We come as friends.
En ciertos aspectos, la película le debe mucho a Apocalypse Now, o si se quiere, la novela en la que se inspiraba, El corazón de las tinieblas. Remontar el río a través de la jungla, es algo en lo que coinciden. Pero sobre todo, esa locura, ese horror que espera en algunos lugares perdidos de la civilización. Aquí lo vemos en los caucheros, pero también en ese asentamiento con un líder que se considera una deidad. La película se mueve así entre la aventura, el peligro y el viaje anterior, aderezado todo ello de un componente alucinógeno que, también, estaba en la película de Coppola.