Con Chloe, Atom Egoyan parte de un
planteamiento considerablemente convencional. La infidelidad, la duda, la
crisis de la avanzada edad, y nos habla de aspectos que ya hemos podido ver
anteriormente en películas como Eyes Wide
Shut: las fantasías, el deseo fuera del matrimonio, la debilidad. Pero lo
hace desde un punto de vista diferente, algo nuevo, más complejo, más rico. Y
no me refiero, ni mucho menos, al giro argumental en el que se descubre un
engaño más bien anunciado, sino a la complejidad de los deseos de la
protagonista.
El
personaje de Julianne Moore, no es
simple ni tópico. No se limita a dudar y a indignarse con el supuesto
comportamiento de su marido, echarle de casa ni demás lugares comunes. Su
reacción es mucho más irracional y desde luego atípica. Aún el hecho de ponerle
a prueba puede haber sido usado también en el cine o la televisión, pero me
refiero más a la búsqueda que termina llevando a cabo del acercamiento a su
marido, a través de esa mujer que casi resulta ser un médium al más puro estilo
Ghost. Transforma a Chloe en la
encarnación del deseo apagado del matrimonio. También la necesidad de recuperar
la juventud y la sexualidad perdida. Chloe (el personaje, y también la
película) más allá de una serie de hechos argumentales, supone una inmersión en
los fantasmas que atormentan a la protagonista, una manera de expresar de un
modo admirable una serie de complejos sentimientos irracionales.
Todo
ello, además, rodado de una manera sobria pero eficaz. Una bella fotografía que
resalta la luz exterior a través de grandes cristaleras. Unos ambientes deliciosos,
con las velas creando un clima cálido donde fuera está nevando. Si sumamos unas
interpretaciones afinadas, conseguimos este estupendo resultado final. Liam Neeson ha encontrado de nuevo el
camino, con una película muy en la línea de la que pudimos ver el año pasado en
el festival, The other man, pero
mucho más atinada. Julian Moore,
como siempre, elegante y convincente. Pero sin duda aquí el premio gordo se lo
lleva esa personificación del pecado que es Amanda Seyfried. Todo un objeto del
deseo, que sin duda, funciona no sólo por el buen hacer de la actriz sino
por lo milimétricamente trazado que está el personaje, con muy buen hacer por
parte de Egoyan. Una película aparentemente igual a muchas otras pero con mucho
más de lo que parece.