Crítica de la película Los mercenarios por Iñaki Ortiz

Los vejestorios más rancios del gimnasio


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15/08/2010

Crítica de Los mercenarios
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Toda una reivindicación del cine de mamporros y tiros ochentero, con una coherencia que es de agradecer y en la que, a pesar de echar de menos a los principales protagonistas del género, resulta afinada como revival de aquel cine. Por sus diálogos que sin un ápice de sutilidad juegan con la ambigüedad mercenario-actor mamporrero, por la tenacidad de no incluir ningún elemento renovador que pueda enturbiar el recuerdo (salvo los efectos digitales) y especialmente por la políticamente incorrectísima violencia gratuita e ilimitado desprecio por la vida humana. Se puede decir que, por tanto, se ha conseguido con creces el objetivo a pesar de las ausencias: recrear con eficacia un tipo de cine que, por fortuna, quedó atrás hace ya tiempo, cada vez más abajo en la estantería del videoclub.

Y es que no hablamos de las mejores películas de acción en la línea de La jungla de cristal o Terminator, ni siquiera de la aceptable Acorralado. Hablamos de la serie B más precaria, con una absoluta falta de argumento apreciable, con personajes con más esteroides que personalidad, con diálogos que suenan a chiste sin querer serlo y con un gusto por la muerte tan absurdamente injustificado (recordemos la escena en que el avión se da la vuelta sólo por el gusto de aniquilar unos cuantos soldados, sin mayor finalidad) que no queda compensado ni con lo caricaturesco de esta violencia.

Ya en 1993, Arnold Schwarzenegger, por aquel entonces emperador absoluto del cine de acción, se reía de sí mismo y de su cine con la excelente El último gran héroe, donde parodiaba con mucho acierto y mérito su propio trabajo y de paso su propia persona. La película, por cierto, fue un fiasco de taquilla en EEUU. Cabría pensar que el veterano Stallone, medalla de plata del mamporreo, que ya en aquella película cedió su imagen para un celebrado gag, enfocaría los mercenarios desde cierta distancia paródica. Viendo lo grotesco de algunas imágenes (decapitaciones a cuchillo, etc.) podría pensarse así, pero lo cierto es que no se diferencia demasiado de su última incursión en Rambo. Stallone cree en lo que hace, principalmente porque sigue cubriendo sus arcas, y se ha juntado con sus compañeros de gimnasio para medir sus viejos bíceps, aún esplendorosos, todo hay que decirlo, con la mayor brabuconería, enfrentando sus rostros arrasados por los excesos vigoréxicos y el botox.

Debo reconocer que me he reído a gusto e incluso he llegado a aplaudir, pero se debe básicamente al sonrojo y el patetismo que provoca la película y sus perpetradores y al amparo de una amena tarde de cine malo con mis compañeros Precríticos; no desde luego por los cuatro metadiálogos encajados con calzador.



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