A Dallas Buyers Club se le puede acusar de ser fácil,
convencional, edulcorada, complaciente. Se le puede acusar de todo eso y es
difícil argumentar en contra. El clásico recurso de los enemigos que se
convierten en uña y carne superando los prejuicios. El protagonista interesado
que poco a poco va tomando conciencia del problema y volviéndose un héroe. El luchador
que se va forjando a sí mismo. La historia real contada con cierta manga ancha.
De acuerdo, todo eso está ahí, pero está ejecutado con gracia,
con gusto. Los tiempos están muy bien distribuidos. Empieza como el clásico
drama acerca de la marginación del SIDA y poco a poco se reconvierte a una
lucha sin límites contra la enfermedad. Con uno de esos personajes tan jugosos,
capaces de saltarse cualquier norma, inteligente, un superviviente en cualquier
contexto. Un personaje como el John Laroche de El ladrón de orquídeas. Y sobre todo, la mejor interpretación de la
carrera de Matthew McConaughey. Es
cierto que este actor se ha reconvertido en sus últimos trabajos, de guaperas
de playa a elemento esencial en papeles sureños del cine independiente; pero
esta vez ha conseguido algo más: me he olvidado de quién era y he visto, más
allá de la estrella, al personaje real.
Con un cruce de géneros entre películas como Philadelphia, de crítica social sobre el
SIDA, y otras como Blow, de traficantes
emprendedores; consigue esa difícil dualidad entre cine de entretenimiento con
mucho ritmo, y drama comprometido. Y lo consigue muy bien. Una película que
creo que el público recibirá con agrado, porque en la tragedia nos brinda la
posibilidad de creer en el empeño personal, porque tiene unos personajes con
gancho, y porque cuenta con una historia muy jugosa.