Contar una historia al estilo de un cuento de hadas no tiene por qué estar mal, siempre que haya un esfuerzo para conseguir un resultado de calidad. Lo que no es aceptable es que el cuento nos lleve al campo del todo vale, como es el caso.
Con el cheque de cuento de hadas en el bolsillo se permiten casualidades verdaderamente imposibles, bien, el destino, la magia, etc. Acepto el juego. También se permite que los personajes continuamente hablen con líneas de diálogo que no vienen a cuento y que no tienen demasiada coherencia pero que suenan contundentes. Se permite calcar el argumento y los recursos narrativos de Oliver Twist. Se puede vestir de versión actualizada del clásico. No, de actualizada nada, resulta igual de insoportable y cansina, incluso más.
Todo esto para mí sería definitivo para sentenciar la película, aunque aún tendría salvación por otro lado. La película tiene un importante componente musical, casi la podemos incluir dentro del género musical. Curiosamente este género suele ser usado como el mismo cheque en blanco que los cuentos de hadas. La peculiaridad de esta película, donde podría estar su verdadera personalidad por encima de todos los clásicos básicos del drama de huérfano, la encontramos en las habilidades tan particulares del niño.
Entiéndaseme por donde voy, no hablo de los absurdos derroches prodigiosos que provocan escenas vergonzantes como esa en la que le enseñan las posiciones básicas de las notas y a partir de ahí él ya conoce sobradamente toda la sintaxis, como si las convenciones se pudieran descubrir mediante el pensamiento puro. Me refiero más a su acercamiento a la música desde un punto de vista ingenuo de puro potencial.
Los sonidos de la calle y los entresijos desaprovechados de una guitarra. Ahí es donde la película podría lucirse y no empieza mal con ese concierto de hierbas altas tan vistoso e imaginativo. Desgraciadamente, Mark Mancipa, el compositor, no demuestra el más mínimo talento para conseguir generar música de los sonidos del mundo. Lo único que se limita a hacer es montarlo artificialmente y ofrecer su música convencionalísima al máximo. Aquí podría estar el mérito musical que podría salvar de la quema la película, y no lo está. Pero si hasta en algunos anuncios de televisón lo hacen mejor. Ni siquiera la supuesta obra que se representa en el parque, compuesta por el jovencísimo músico, demuestra algo de imaginación o viveza, más que un niño prodigio parece un mediocre adulto que homenajea demasiado desde su amplia experiencia.
Lo único que refrena mi odio es la aceptable factura de Kirsten Sheridan y el trabajo de los actores. Freddie Highmore puede resultar un niño odioso, pero la verdad es que sabe lo que hace, no falla. Keri Russell tiene que luchar con sus estúpidos diálogos y no sale mal parada. Lo mismo digo de Jonathan Rhys Meyer, un buen trabajo. Terrence Howard cumple de sobra. Para quien no tengo las mismas buenas palabras es para ese dibu hecho persona que responde al nombre de Robin Williams. ¿Se puede ser más histriónico? Aún así, dentro de su caricatura, transmite bien las emociones del personaje, entre patético, amable y odioso, que es lo que mejor se le da.
Una película que no es mala, es un fracaso. Podía haber valido la pena. La culpa es de un guión facilón y fallido a todos los niveles. Aun así, algo tiene y seguramente a los menos exigentes, especialmente en el ámbito musical, puede satisfacerles. Mucho hay que creer en la magia.