Otra vez el asesinato de Kennedy. Nos lo sabemos de memoria. Desde el JFK de Stone hasta el episodio de Mad Men, pasando por el videoclip de Balas en Dallas de Manos de Topo. Y por supuesto, el precedente más similar a esta película, Bobby, de Emilio Estevez.
Sin embargo, encuentro algunos elemetos singulares en este nuevo acercamiento. El primero, y más evidente, es el enfoque en los personajes menos principales. La familia de Oswald, el hombre que gravó el famosísimo vídeo, el médico... Personas reales cuya participación en el suceso no es ni mucho menos crucial, pero que sirven para enriquecer el contexto de un pasaje clave de la historia reciente de los Estados Unidos, en el que cada elemento ha pasado a formar parte de imaginario colectivo. De esta manera, la película te obliga a mirar a ese lugar que no había pasado por tu mente -porque a efectos prácticos no es relevante- pero que ayuda a dibujar el impacto brutal que tuvo este asesinato sobre la sociedad americana.
Otro aspecto que también me interesa es su manera de remarcar la excepcionalidad del hecho. Las leyes ya no valen nada (la jurisdicción), los métodos comunes se vuelven inservibles (el ataúd en el avión). Jackie no es una viuda más, es la mujer del presidente asesinado. Y de ningún modo esto es un asesinato; es un magnicidio. Como tal, sacude a toda la sociedad como si el golpe se repartiera entre todos sus miembros.
Una factura correcta y un reaparto de lujo, especialmente con los interesantes Paul Giamatti y Billy Bob Thornton, para una película que posiblemente se olvidará pronto, pero que al menos ha sido capaz de aportar una nueva voz a un tema tratado hasta la saciedad. Se agradece también su corta duración y su falta de pretensiones. Quizá podría haber sido algo más atrevida con su banda sonora, que recurre al ya tradicional viento metal solemne dedicado para los presidentes de los Estados Unidos; una convencionalidad que sorprende en el casi siempre interesante James Newton Howard.