Este es el clásico ejemplo de cine
británico marginal, violento, con mucha cerveza, suburbios,
perros... Toda una sesión de mala gente, mal ambiente y mala
conciencia. Paddy Considine consigue rodar con las tripas, con
planos secos y cargados, y es capaz de crear una atmósfera de
angustia y dolor, lo que no es poco para ser su primera película.
Peca bastante, eso sí, de excesos. No
basta con que la mujer del protagonista esté muerta, le han tenido
que amputar las piernas. No basta con que a la otra mujer le hayan
maltratado, es necesario el verdadero sadismo. El ataque brutal al
chaval, etc. Es evidente que el director necesita una gran dosis
extra de violencia, o al menos que apuesta firmemente por ello.
Quiere sobrecoger constantemente.
No sorprende su éxito en Sundance,
dónde parece que la calidad de las películas empieza a medirse por
el dolor de sus personajes y por las demostraciones de crueldad -
pienso ahora en Precious. En todo caso, un film de calidad,
con una excelente interpretación de Peter Mullan, un guión
que no para y una dirección convincente. Una buena película sobre
la redención, sobre la conducta humana. Veremos si en su siguiente
película Considine se relaja un poco y deja de apretar el acelerador
del impacto gratuito.