Llega el momento de traer a la memoria esa imitación de musical que es “El fantasma de la Ópera”.
Poco se puede decir más allá de lo que ya dije porque es más o menos lo que prejuzgaba. De hecho es peor, más exagerado.
Una continua música de relleno que se hace detestar entre apenas un par de canciones con chispa (quizá por comparación con las otras). En lugar de utilizar la música para realzar los sentimientos de los personajes o las imágenes, la música simplemente está ahí porque tiene que estar, porque es el musical de Andrew Lloid Webber (quien pasaría a formar parte de mi lista negra si no fuera por “Jesucristo Superstar”), porque es una imitación de musical, y como tal tiene la errónea creencia de que un musical debe contener canciones a cada plano. De esta manera los diálogos se convierten en una interminable cantinela simplona que sólo favorece a perder el hilo de lo que están diciendo los personajes y a alargar la película.
Cuando un musical está bien hecho, casi no hace falta saber lo que dicen los personajes porque la música te lo explica todo. Aquí la música es un continuo estándar que parafraseando a otro precrítico “no mueve ni el dedo meñique”.
Sobre el doblaje, no puedo decir nada suficientemente contundente que exprese mi enorme descontento. 1: Las canciones no se doblan. ¿A quién se le ocurre? Vale, que el público al que va dirigido esto no está por la labor de leer. 2: Si se doblan, no basta con buscar a alguien que sepa cantar. ¡Necesitan saber hablar también! Aunque sea poco, de vez en cuando hablan. 3: Donde hubiera estado Raphael para el papel del fantasma que se quite todo lo demás.