Y es que reposando la comida uno se pone a ojear qué queda en la cartelera y se da cuenta de que, como no, Wes Anderson, el tipo que no hace cine para todos pero que todos ven o acaban viendo, se mantiene en ella como pez en el agua.
Su tono personal e insultantemente talentoso, su grosero caer de escenas políticamente no correctas, su embriagez de ego y autosatisfacción capaz logran siempre una película agradable para dejarse llevar por el ritmo, las situaciones absolutamente sorprendentes y el saber estar del éxito.
Edward Norton, Bruce Willis, Bill Murray, Tilda Swinton, Harvey Keitel...todo el mundo quiere unirse al grupo de los participantes de un cine simpático y popular que subsiste como un bicho raro al que nadie se atreve a tocar por lo buen cine que representa.
El hipnotizante caer de diálogos, en manos ahora de niños cuidando de niños, los campamentos de verano ridiculizados hasta urgar en la nariz de la sociedad estadounidense, los desenlaces de acciones imprevisibles y sobre todo el relax que alberga mezcla de inteligencia y humor, provocan en uno que persista cierta sensación de fe en la butaca...en medio de tanta mediocridad.