Crítica de la película El diario de los muertos por Keichi

Más alto no es más claro


3/5
07/11/2007

Crítica de El diario de los muertos
por Keichi



Carátula de la película El cine de género atesora una serie de virtudes innegables. Quizás la más destacable sea la de servir de vehículo a las más diversas ideas. En efecto, más allá de la sangre y el terror -no digamos ya del cine fantástico en general- se oculta un perfecto trasmisor de símbolos y opiniones. Cuando Neil Jordan nos mostraba una oscura reversión del cuento de caperucita roja en su En compañía de lobos, no quería sino hablarnos del despertar de la sexualidad y sus tapujos, del mismo modo que Cronemberg aborda a través de sus películas cuestiones intelectuales del más diverso calado o Silení, de Svankmajer, representa un discurso -un tanto desfasado- sobre el totalitarismo enfrentado a la completa anarquía. El propio George A Romero dejó bien clara esta naturaleza multidisciplinar en su obra más famosa. En efecto, los zombis de La noche de los muertos vivientes no son sino un reflejo la sociedad misma. Ya entrado en años, el director de este film de culto no parece haber olvidado los cánones que rigen los movimientos de su celuloide. Lo dejó bien claro con La tierra de los muertos vivientes y lo ha vuelto a hacer con su nueva obra. De hecho, el mensaje de El diario de los muertos es más claro que nunca. Quizás demasiado.

Usar una película de zombis para hablar de la manipulación de la verdad por parte de los medios de información oficiales, en detrimento de otros sistemas públicos que hacen uso de las nuevas tecnologías, es algo ciertamente novedoso, aunque no es que el film lo haga de manera sutil. De hecho, más que sugerirnos la necesariedad de Internet como instrumento de información frente al medio controlado, Romero nos lo grita al oído continuamente, además de advertirnos de los peligros de la veracidad de la imagen. Sobran por completo esas escenas documentales de los disturbios, propias de un noticiero. Sobran, precisamente, porque el sentido de la obra se entiende a la perfección sin ellas. De todos modos, el mensaje de Romero resulta un tanto simplista. Siempre es de agradecer que el género sea pretencioso con el contexto que trata, estimulando el análisis reflexivo por parte del espectador, pero en este caso el director pretende sentar cátedra sobre un dialogo un tanto evidente, no ya solo por su cercanía, sino por lo manido de la propuesta.

Otro defecto, esta vez en el plano del discurso visual, se le puede achacar a la película. Se trata de un error de base. El truco de la cámara al hombro y el falso documental, dos técnicas íntimamente ligadas, son en esta ocasión un arma de doble filo. El diario de los muertos debe calificarse, más que de falso documental, como de documental engañoso. De hecho, la cámara al hombro es una completa simulación que carece de toda lógica. No resulta creíble el montaje de la película, no solo por el contexto en que se realiza o los mecanismos propios del largometraje de que hace uso, sino también desde un punto de vista estrictamente objetivo. Lo vemos en la inclusión de la filmación de las cámaras de seguridad en la película o en ciertas tomas en las que, a pesar de que se simule una grabación amateur, la presencia evidente de un realizador y de un trabajo planificado hecha por tierra la sensación de espontaneidad.

La historia no está exenta de guiños al mundo del cine y a la propia obra de Romero. La repetición de la escena de la momia (como todos sabemos, el cine imita a la vida y viceversa) es solo uno de los muchos ejemplos. No se olvida Romero del humor negro, aunque lo cierto es que durante gran parte del metraje se echa en falta algo más de cachondeo. El personaje del profesor, arco al hombro, no consigue levantar por si mismo este apartado. Eso sí, la aparición del Amish es impagable. Lo cierto es que el argumento se esfuerza en presentarnos a una serie de personajes interesantes, aunque alguno de ellos no da absolutamente nada de juego a lo largo de la película. Las interpretaciones, como no podía ser de otro modo, corresponden a actores anónimos, y eso se deja notar en el resultado final. No obstante, si que constituyen una buena serie de arquetipos, algunos en forma de mensaje sobre la atracción del cine, concentrado en la figura del cámara. La referida innovación en las formas expresivas y narrativas brilla por su ausencia, cediendo ante una realización académica, por mucho que esté presentada bajo un formato menor.

Con todo, la quinta incursión de Romero en el mundo de los muertos vivientes tiene algo especial. No termina de cuajar su mensaje, ni tampoco la forma en que está rodada, pero resulta un film entretenido como cine de género, aunque quizás si que esté demasiado alargado en su tramo final. Si de cine independiente se trata, no se puede decir que El diario de los muertos cumpla sus objetivos. De todos modos, resulta loable que un realizador de la edad de Romero, que ya es más que un veterano en el mundo del séptimo arte, siga tratando de forjar propuestas diferentes. Lástima que, en este caso, la jugada no termine de ser redonda. Si la verdad es un juego de espejos que puede manipularse, no se puede decir menos de El diario de los muertos. Todo depende de quien mueve los hilos, escondido tras las sombras, así como del prisma a través del que se mire. En ese sentido, el que los protagonistas sean estudiantes de cine no deja lugar a dudas. La muerte de la muerte no es más que el reverso de la obra del propio Romero y su verdad es, ante todo, un discurso fílmico.




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El diario de los muertos en festivales: Festival de Toronto 2007 , Semana de terror 2007




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