Hace un tiempo pudimos ver esa ñoñería entrañable y agradable que fue Descubriendo nunca jamás. Eran dos actores, él y ella, famosos, guapos y agradables. Ambientada a principios de siglo, donde todo estaba limpio, la clase media siempre iba bien peinada y un sol espléndido adornaba un cielo azul, que tiempos aquellos. Funcionó. Cuando hablo de funcionar me muevo en el aspecto económico, claro. Vayamos más allá.
Aquí cambiamos los roles (no cambiaremos mucho más) y ahora le toca a ella ser la escritora infantil de supuesta imaginación desbordante. El personaje es Beatrix Potter, escritora e ilustradora, amiga de pintar conejitos y demás animalitos asquerosamente adorables, con una estilo soso y poco vistoso que, desgraciadamente, ha perdurado demasiado. Tal cursilería sólo podría ser interpretada por la eficaz aunque algo empalagosa Renée Zellweger, Birdget Jones para siempre y últimamente la hemos visto en Cold Mountain o Cinderella Man.
Él, seguramente mera comparsa y sexo contrario necesario, el chico que parece un pedazo de pan: Ewan McGregor, Obi-wan para siempre y últimamente también le hemos visto en Tránsito, La isla o Big Fish. Un gran actor que no siempre trabaja en las mejores películas. Estos dos intérpretes ya probaron química en la tontorrona comedia romántica Abajo el amor, con éxito.
Para colmo, su director, Chris Noonan , tiene como único aval Babe el cerdito valiente. El guionista, ni eso, es su primera vez.
Volveremos a ver como los personajes de la artista emergen a la vida real en una cutre mezcla de realidad y fantasía que no supone más que otro golpe de palanca a la cadena de montaje de películas en serie. Hará caja, recogerá beneficios y resultará entrañable y adorable para millares de espectadores de dulce corazoncito que gustan de pasar un rato agradable en el cine. Los insensibles como yo deberemos abstenernos de asistir a este azucarado largometraje que afortunadamente sólo dura 92 minutos. Eso sí que es un acierto.