Ya apuntaba en mi precrítica que había muy serias posibilidades de encontrarse una película más que seria, y así ha sido.
Este film, cuyos máximos responsables en las tareas de dirección, guión, montaje, fotografía o música son mujeres, es un muy lúcido retrato de familia, a la manera en que cualquier buen cineasta francés nos deleita repetidamente. Podría ser Las horas del verano peninsular. De ahí que me agrade enormemente su nominación a varias categorías de los Goya. Se merece todas y cada una de ellas.
Por seguir con la comparación con Las horas del verano, quizá se le puede achacar que le falte esa capacidad que tiene Assayas, todo un Assayas, para la puesta en escena, en la que es capaz de calcar y reproducir cualquier mínimo gesto de realidad en lo que los actores hacen o dicen. Quizá haya momentos de esta película en que la puesta en escena no esté tan lograda desde un punto de vista realista, y se note más una mano artificial.
Pero eso no eclipsa todo lo bueno que tiene esta cinta, tan sutil retratando a una familia burguesa catalana, con unas maravillosas actuaciones donde destacan, sobre todo, Nausicaa Bonín, que nos guía en el relato, de cuyos ojos vemos con extrañeza a esos familiares con los que compartió juventud, bromas y juegos, sobre todo en el caso de sus primos, y con los que existe mucha diferencia, el caso de sus tíos.
El otro monstruo de esta película es Eduard Fernández, que borda un papel que está a años luz de El método. Hago la comparación para alabar la capacidad que tiene Eduard de hacer creíbles personajes tan antagónicos. Su papel, de persona dócil, cariñosa, que se ve eclipsado por su padre, primero, y por su hermano mayor después, que se encarga de proteger el redil. Sus miedos a que sus problemas matrimoniales salgan a la palestra. Lo borda.
Una película que habla de muchas cosas que nos son cercanas, sin caer en lo evidente, sin caer en grandes dramas a pecho descubierto, que habla de esa distancia insalvable que muchas veces existe con la familia, ese grupo de desconocidos conocidos a los que uno debe una cercanía que no es capaz ni de sentir ni de gozar.
Un debut, el de Mar Coll, muy a tener en cuenta.