Últimamente me gusta escribir mis críticas con un primer párrafo a modo de anuncio de conclusión. Es por ello por lo que de Hierro puedo concluir que se trata de uno de esos ejemplos de cine de género español fallido.
Hay muy buenas intenciones en Hierro. Hay un notable interés por el tratamiento de las imágenes, un cuidado superior a lo suficiente, en el que Gabe Ibáñez probablemente deposita toda su sapiencia en el mundo de la publicidad. Un cuidado que muchas veces se explota en las escenas oníricas, excesivas si atendemos al propio guión, que es lo que lastra terriblemente la película.
Javier Gullón, que sí que firmó un sólido guión en El rey de la montaña, en cambio, en Hierro nos presenta un guión tramposo, trillado, manido y, lo peor en un thriller de estas características, totalmente previsible. Hay veces en que uno, como espectador, no puede menos que sentirse insultado con la enésima escena de flashbacks explicativos finales. Desde el mismo momento en el que Elena Anaya acude a la identificación del cadáver, y el director no nos muestra lo que ve, el final se vuelve evidente.
Por el camino hay que comulgar con ruedas de molino de guión inaceptables. La casualidad de la existencia de un niño desaparecido, la madre de dicho niño diciendo que a ella también le enseñaron un supuesto de cadáver de su hijo, la falsedad de que hubiese que esperar al juez hasta el lunes para poder recabar el ADN de la madre, máxime cuando ni se le pregunta a ella antes, ya que puede dar ella su consentimiento de manera voluntaria, que es lo que permite que ella pase un fin de semana en Hierro.
Es uno de esos guiones torpes en los que uno sabe que todo lo que se dice sucederá. Si el Norman Bates del hotel dice que sólo hay dos gasolineras en la isla, sabes que habrá algún momento en el que ella se quedará sin gasolina, claro que en la escena en la que sucede, para mantener el interés, el guión se ve obligado a mentir y engañar. No se entiende por qué no le dice al policía que ha encontrado a su hijo, el miedo a enfrentarse al asesinato de su captora puede enjuagarse con una defensa propia. Pero no lo hace porque el niño que ha rescatado no es su hijo.
En ningún momento el espectador se puede identificar con el personaje de Elena Anaya, una torpe madre que deja a su hijo jugar solo en un ferry, corriendo el riesgo de caerse del mismo, como así sucede.
Otra cuestión que echo en falta en películas como ésta, que juegan a hacer cine de género a la manera de Estados Unidos, es la ausencia de decoro poético en los personajes. ¿Por qué no hay ningún personaje con acento canario en el film? ¿Por qué ese miedo a los acentos? ¿Acaso se cree que eso puede dañar la credibilidad de la película? Se equivocan los que así piensen, lo más dañino para la credibilidad de un thriller es su guión. Tenemos aquí un buen ejemplo de ello.
Si algo se puede salvar de la quema será Elena Anaya y el gusto por los planos de detalle de Gabe Ibáñez. Muy poquito, la verdad, si atendemos a los pocos kilos con los que anda últimamente Elena Anaya.