Takashi Miike no esconde en
ningún momento su objetivo: presentarnos una enorme batalla final
con mucha catana, sangre, y barro, con la mayor de las crudezas. Para
ello nos va preparando con un villano verdaderamente malvado, que pueda
estar a la altura de la épica batalla, y de crueldad el director
sabe un rato, nos presenta un par de casos enfermizos y con eso es
suficiente. Una motivación que queda plasmada de manera muy clara y
efectiva con las palabras "masacre total" escritas por la víctima
y presentadas al verdugo. Después una fase de reclutamiento y viaje
bien llevada, pero todo encaminado a la gran batalla.
En un tiempo en el que las batallas
orientales parece que deben ser virtuosos espectáculos de danza,
Miike nos trae violencia cruda, con estocadas certeras, con el
patetismo de la rápida agonía, con juego sucio. Un juego sucio que
es posible gracias a que no hay ningún posicionamiento de bondad en
los personajes principales, que ya desde el título son definidos
como asesinos. Queda claro en la manera en que el líder se enfrenta
a su viejo compañero, con el barro a los ojos. O con el
enfrentamiento final, que lejos de ser un vistoso duelo de catanas,
es un truco suicida y rastrero para cumplir la misión.
El director consigue manejar a la
perfección esta inmensa batalla, con una gran potencia que no
necesita de adornos, con imágenes donde el barro se confunde con la
muerte, y con una acción que, a pesar de su duración, no cansa. Una buena sesión de
violencia.