Precisamente en el Zinemaldi descubrí a Steve McQueen. Lo hice con Hunger, película con ciertos errores, opera prima más interesada en mostrar la crudeza y la barbarie sufrida por los presos del IRA encarcelados en centros penitenciarios británicos, que en los motivos. Pero... claro, no siempre hay motivos.
En cualquier caso, todos, pero todos los que vimos la película salimos sorprendidos por la fuerza de varias secuencias, por el atrevimiento. Todos recordamos la película, el nombre del director, y el rostro de Michael Fassbender (a la sazón, actor ya conocido a las órdenes de directores como Quentin Tarantino o David Cronenberg).
Ahora, Fassbender repite, y lo hace al lado de Carey Mulligan, muñeca pepona que, por una razón u otra, fascina a no pocos directores: Ya ha trabajado con Joe Wright, con Oliver Stone; la veremos en Drive; y estos días rueda con Baz Luhrmann.
En definitiva, llego a Shame sin querer saber demasiado. Ya me sirve con la dura experiencia previa de Hunger: Claro aviso de que habrá que sentarse y agarrarse a la butaca antes incluso de que la pantalla escupa la primera imagen.