El hijo del mal le ha valido a Sam Rockwell el premio a Mejor Actor en el reciente Festival de Sitges. Un galardón a un actor que no ha tenido una carrera demasiado conocida por el gran público pero, en cambio, sí tan ecléctica como interesante, al menos si hemos de fijarnos en los nombres con los que ha compartido trabajo: George Clooney (Confesiones de una mente peligrosa), Woody Allen (Celebrity), Frank Darabont (La milla verde) o Tom DiCillo (Box f moonlight: caja de luz de luna).
Por supuesto, esta trayectoria le ha valido más premios que el comentado, siendo quizá el más importante el Oso de Plata de la Berlinale, conseguido gracias a su trabajo en la citada película de George Clooney. Pero, ¿por qué me detengo tanto en el actor protagonista de El hijo del mal?
Por dos cuestiones: la primera, que es su mayor garantía de calidad; la segunda, que el premio conseguido en Sitges viene a demostrar que, además, será el mayor puntal de la película, casi el principal cimiento sobre el que se apoyará durante su narración. Por eso arropan a Rockwell, además, con otro nombre muy interesante: Vera Farmiga, rostro extraño pero hermoso que hemos visto en películas como Infiltrados o Breaking and entering. Me gusta.
Por lo demás, es difícil encontrar garantías en, según parece, otra peli con niño endemoniado, peligroso, satánico, con muy mala baba o como prefiráis explicarlo. El director, George Ratliff, es casi nuevo en esto, y viene de rodar un documental como mayor punto de experiencia. Hell house se titulaba.
¿Los guionistas? Bien, gracias. Uno es el propio Ratliff; el otro un tal David Gilbert, amigo de Ratliff, intuyo, porque este es su primer trabajo. El primerísimo, al menos acreditado. Así que tampoco descubrimos nada.
Al final, una película con niño y misterio, que es para nosotros lo mismo: un misterio.