A punto de cumplir los 70 años, el veterano realizador francés Jean Becker nos regala una comedia de tan buena pinta como corta es la sensación anterior.
Atrás queda la que para mí es su película más notable, Verano asesino, y atrás queda también las ganas y el temple suficiente para hacer ese thriller de corte tan francés y cultureta que sólo gente como Becker o Chabrol (Borrachera de poder) son capaces de parir.
La película está basada en la novela homónima de Henri Cueco, y participa un poco de esa ley de vida que acompaña a acunar canas en la coronilla, el gusto por lo calmado, lo reflexivo y lo contemplativo.
Una especie de ejercicio cercano al mimetismo de querer ser como ese río que casi se para antes de su desembocadura.
Esta lírica pretenciosa - sobre todo después de llamarla lírica - no tiene otro objetivo que situar al espectador que, inevitablemente, ha de ser amable y condescendiente, para poder disfrutar de un film en el que los diálogos entre Daniel Auteuil (Le deuxieme souffle o Caché) y Jean-Pierre Darroussin (Mi padre es ingeniero y El largo domingo de noviazgo) serán lo único y la lástima.
Porque la idea no es mala, pero lástima que se perderá por no ser más y por ser menos a la vez.
Película indicada para jubilados, con todos mis respetos, por y para ellos, que diría Karlos Argiñano.