Que un actor cante su diálogo no es
algo precisamente natural. En mi opinión, cobra especial sentido
cuando la música sirve para mostrar emociones desgarradoras y
sentimientos intensos. Eso es lo que tenemos aquí, en dos horas y
medias agotadoras de música y romanticismo desbocado. Morir por
amor, morir por la libertad, morir por principios. Acciones sin
medias tintas, honestidad frente a mezquindad. En definitiva, una
historia extrema, desbordada de emociones explícitas, sin sutilezas
ni moderación. Con un guión que no evita ser forzado para llegar a
sus hitos, que no disimula imposibles amores a primera vista o la
honradez más exagerada. El exceso es la nota dominante y por eso
funciona esa música pasional, entre la tristeza, la épica, el valor
y el amor.
Pero no basta con plantearlo en
términos de romanticismo extremo, es necesario tener las bases para
conseguirlo. La primera, la música. Apenas sobra ninguna de las
canciones, no se aprecia agotamiento ni las típicas piezas de
relleno -y eso que la película es larga. Melodías que entran muy
bien a la primera y que están bien cuidadas en composiciones que
juegan a varias voces. Un ejemplo de esto es el momento previo a las
barricadas, la secuencia en paralelo de varios de los personajes
principales, cantando cada uno su parte de la canción One day
more. Musicalmente, uno de los momentos más brillantes de la
película.
Después de las canciones, lo más
importante son los intérpretes, y aquí se ha dado en el clavo. Hugh
Jackman borda las canciones y consigue una intensidad
impresionante, sobre todo en la primera parte, como preso con la
condicional. Russell Crowe no tiene la misma capacidad vocal,
está claro, pero una vez asumido esto, consigue a través de su
carisma aportar chispa a sus intervenciones musicales. En general
todos funcionan bien, pero hay un ángel que se eleva por encima de
todos los demás: se llama Anne Hathaway. Su interpretación
de I Dreamed a Dream, en una secuencia sin alardes -y sin
(apenas) cortes- corta la respiración. La profunda tristeza que
expresa con su canción, sus lágrimas y su voz temblorosa es de lo
mejor que he visto este año. Una actriz que cada día sube enteros.
Ayuda a estos grandes intérpretes el hecho de grabar las canciones
en directo pues se convierten así en verdadero elemento dramático y
no en simple adorno.
Tom Hooper, el director, se ha
lucido. Sabe ser grandioso y exagerado, con megalómanos planos de
masas, y sabe dejar el peso en los actores sin molestar, cuando es
necesario. Como detalle, me gusta el montaje extremadamente
fraccionado de los planos de transición, muy al estilo Nolan.
En definitiva, una película llena de
excesos, dramáticos, visuales e interpretativos, en la línea del
musical más melodramático. Habrá quien no tolere dos horas y media
en ese tono. No es para cualquier espectador. Es para amantes del
exceso.