The edge of love es mosqueante porque aunque da mucho (visualmente demuestra un talento brutal, los actores están muy bien, tiene escenas brillantísimas), acaba por lastrar su propio resultado por errores puntuales de guión y por una resolución torpe e incluso con algún que otro momento sonrojante.
A fin de organizarnos correctamente, comencemos con todo aquello que está especialmente bien: Los mayores méritos de la película se encuentran en la personalidad visual que Maybury confiere a la narración. Todo en este apartado, salvo las pintas con que luce Keira Knightley cada vez que sale a cantar, es de nota. También fabulosa la fotografía de Jonathan Freeman.
Pero los méritos de Maybury van más allá. Hay secuencias realmente fantásticas: Luce mucho el montaje alterno entre el parto de Knightley y la escena de guerra con Cillian Murphy asistiendo a la amputación de un brazo de un joven soldado. No es una elección formal gratuita, y la interconexión emocional entre las dos escenas se multiplica con ese montaje. Bravo. Pero hay mucho más. Varias secuencias están rodadas de un modo tan original como doblemente triunfal. Triunfal porque estéticamente funcionan, y triunfal porque aportan a la necesidad narrativa de la secuencia.
En este sentido, me apetece subrayar como ejemplo un momento tan breve como sobresaliente: Cuando Murphy regresa de la guerra en tren, Maybury sólo necesita tres planos para mostrarnos cuánto ha cambiado ese hombre: Un cigarrillo en la mano del actor, feo gesto de mala educación en un tren; un primer plano de un niño asustado junto a la ventanilla del compartimento; el gesto horrorizado de una anciana. Con estos tres planos lo sabemos todo: no es el mismo, y el que vuelve es un hombre infinitamente más hosco, hermético, ajeno a la norma.
Los méritos también continúan si hablamos de los actores: Murphy simplemente perfecto, idóneo para el papel y sin necesidad de demasiada ostentación, aportando el matiz adecuado tanto en la primera parte del film como en la segunda. Rhys, aunque se encarga de dar vida a Dylan Thomas, sabe que tiene un personaje coyuntural, más condicionante que protagonista. Cumple. Knightley bien, solvente. Pero su voz de pito perjudica los momentos de más exigencia dramática. Además, mala suerte para ella, Sienna Miller está espectacular. Le come la tostada en cada escena conjunta, especialmente en la segunda parte del film donde el personaje de la Miller es puro dolor, derrota, resignación. Un papelón, de nervio contenido, de premio.
El guión acierta en muchas de sus elecciones: el papel inicialmente clave de Dylan Thomas, su presencia cada vez menor físicamente pero siempre influyente; o su querencia por ir siempre al grano, aunque precisamente esta última virtud se convierte en problema en un par de ocasiones. Quedan detalles en el aire. ¿Cómo se afianza tan estrechamente la amistad de las dos mujeres? Son detalles nimios, al final, pero ahí están.
La gran lacra de The edge of love está en el cierre. El juicio no es un problema, dramáticamente tiene una utilidad evidente, además. Pero el necesario cara a cara entre Rhys y Knightley se zanja con la ridícula bronca de ella a él, que ha intentado que encarcelen a su marido. La escena ya de por sí es precipitada cuando necesitaba de un tempo de plomo, era un momento importante. Pero para colmo, todo se salda con la Knightley intentando demostrarle que sigue siendo un niño, y prometiéndole que jamás le volverá a hablar. Patético.
Maybury redondea el ridículo añadiendo la grabación en Super8 de las dos mujecitas correteando contentas y felices por el campo. Innecesario. Nos valía ese cierre elegante y sentido con ambas despidiéndose antes de que la Miller suba al coche y se marche.
Un film notable, en definitiva, con méritos de primera línea pero errores como para apagar una estrella...