Es posible que Steven Spielberg sea el cineasta con más talento de la historia. Esto a veces
enmascara su pésimo gusto y otras veces, como es el caso, no lo
hace. Muchas veces -en parte casi siempre- flirtea con lo cursi, pero
en ocasiones llega a recorrer el camino que va de lo cursi a lo
empalagoso. Es cursi contar la historia de un chico y su amistad con
un caballo; es empalagosa su carita de ángel rubio y de ojos más
azules que el azul, su actitud de santo sin el más mínimo atisbo de
picaresca. Es cursi mostrar a abuelo y nieta protegiendo a los
caballos; es empalagosa la mermelada, las fresas, el anciano
sonriendo desde la ventana de su casita de chocolate mientras la niña
de cristal enseña a su caballito a saltar - quizá la escena más
sonrojante de la película.
En general, la película se mueve entre
lo empalagoso y lo ridículo. Forzando continuamente el protagonismo
de un caballo, por el que doctores dejarán de atender a decenas de
heridos, por el que un anciano olvidará que el peligro real es que
quizá violen a su niña. Con personajes malvados como el de David
Thewlis que parecen sacados de un cuento navideño, y con
militares sensibles y delicados. Sobre todo, una historia cargada de
recursos evidentes para una emoción tan buscada, que por mi parte
nunca es encontrada. Simbolismo a granel. Hay que reconocerle un
mérito: ha inventado el "John Ford para niños".
Obviamente, el buen hacer de Spielberg
no ha desaparecido. Puede que la secuencia del arado sea tonta con su
público improvisado, su roca partida y demás, pero a la hora de la
verdad, el director coloca la cámara pegada al arado, por debajo,
marcando con el subrayado más intenso el momento en que se clava en
la tierra. Mención aparte para la escena del caballo corriendo por
las trincheras: una maravilla. Y como no puede ser de otra manera, en
cada enfrentamiento bélico, el tío Spielberg nos recuerda que,
tonterías aparte, él sigue siendo el rey. No coincido (tampoco) con
Hypnos en su valoración del trabajo de fotografía, creo que Janusz
Kaminski es uno de los mejores valores del film, aunque sea usado
para cosas como iluminar Tara.
No ayuda tanto un oxidadísimo John
Williams que ya desde esa introducción con música solemne para
las panorámicas aéreas resulta cargante con una banda sonora que no
es más que un reflejo de lo que fue.
Me gustaría decir que al director le
ocurre lo mismo, que ya está viejo, pero no lo estaba cuando rodó
Always, Hook, Amistad... Confío en que, como en
otros momentos de su carrera, nos sorprenda ahora con una gran
película. Sin franceses mágicos, niños de ojos cielo ni caballos
Lassie.