Los adolescentes son un público fácil. Puedes jugar sucio con ellos porque están en una etapa de su vida predecible y repleta de emociones. Por otro lado, aún no han visto demasiado cine -algunos, nada- y les puedes colar un refrito con todos los tópicos, porque aún no lo reconocen.
Y eso es Divergente. Un enorme refrito que se apoya en las últimas sagas de éxito. Toma la idea de las diferentes casas de Hogwarts y su elección, haciendo de ello la idea principal llevada al extremo. Un poco de control orwelliano al estilo de Los juegos del hambre y la aprensión a ser desvirgada de la saga Crepúsculo. Algo de estrategia y simulación a lo El juego de Ender. A partir de estos pilares básicos, va añadiendo elementos según convenga en cada momento, sin buscar demasiada coherencia o justificación. A modo de ejemplo: el mismo personaje que se encarga de hacer la prueba más importante es tatuadora. Este tipo de guiones son los que dan mala fama a la ciencia ficción, pues da a entender que el género es una simple sucesión de ocurrencias en las que todo vale. El contexto está completamente desdibujado, supeditado a unas normas absolutamente arbitrarias que parecen más las instrucciones de un juego de mesa que el argumento de una película. También está muy presente el concepto competitivo de los talent shows.
Detrás de todo, por supuesto, hay una metáfora -que de tan evidente casi ni lo es- sobre la vida de un adolescente, sus elecciones, abandonar el nido, las experiencias universitarias, el primer amor. Obvia y torpe. Para colmo, barnizado con un tufillo conservador que enarbola la contención sexual. Eso, además de la propaganda puritana que supone, deriva en una incoherencia más: se plantea Osadía como un lugar alocado, con dormitorios mixtos y baños sin paredes, y el resultado es absurdamente recatado. De fondo, la idea indiscutible de que Abnegación -de marcadas connotaciones cristianas- deba ser la que ostente el gobierno, por derecho; mientras los malvados intelectuales de Erudición pretenden cambiar el orden de las cosas. A cambio, motiva hacia una controlada rebeldía. Que apesta bastante, vaya.
Aunque lo más molesto son las dos manías de los blockbusters actuales: la afectación y la duración. El tono de intensidad impostada resulta ridículo dentro de una historia disparatada como esta. La duración de dos horas y veinte es agotadora para una película que no tiene nada que contar. Mucho momento ridículo y ni una sola escena memorable. Eso sí, ya están preparando la secuela. Para que luego digan que los adolescentes no van al cine.