¿Será el nacimiento de un nuevo
subgénero? Esperemos que no. Está claro que Origen de Christopher
Nolan fue un bombazo. Aplicaba el género de las Heist films
(películas de robos) a la búsqueda en los recónditos lugares de la
mente. Los guionistas de Trance no se han cortado un pelo a la
hora de intentar repetir el éxito. Pero claro, el mundo de los
sueños y en especial, el de la hipnosis, te ofrece un terreno del
todo vale en el que es muy complicado no caer. Y John Hodge,
un guionista que le venía de perlas a Danny Boyle como mero
adaptador de novelas en Trainspotting o La playa, no
tiene ni de lejos el talento para evitarlo. Donde Nolan se regía por
unas estrictas normas que le limitaban y guardaba una impoluta
estructura esquemática, Hodge se ha metido hasta la cintura en una
ciénaga de sinsentidos, trucos baratos y en general, ha cocinado un
pisto inaceptable que avanza según le va conviniendo. Aparte de ser
un atentado al sentido común, resulta en gran parte aburrida, pues
se convierte en una sucesión de situaciones pintorescas que uno no
sabe muy bien de qué manera se supone que van a hacer avanzar la
trama.
Con este guión no hay quién saque la
película adelante, y sin embargo, Boyle hace lo que puede. Se
esfuerza al máximo en volcar sobre la película todas sus
capacidades. Consigue una estética impecable y una dirección
absolutamente física, donde el dolor duele y el mareo marea. Donde
sientes la gota de sudor y la molestia del micro oculto, donde
percibes el vértigo, la velocidad, la confusión. Se nota que se esfuerza en cada plano para que olvides cualquier concepción académica.
La introducción, con un montaje
virtuoso, dinamismo y una violencia seca, nos promete una
película excelente. Elimina el glamour asociado a los robos de
guante blanco y los sustituye por fuerza y cojones; donde un bate de
béisbol es mejor que cualquier aparatito sofisticado. Incluso las
secuencias más ridículas, desde el punto de vista de los hechos,
como es el climax final con el coche en llamas, tienen cierta chispa.
Ayuda la potentísima banda sonora de
Rick Smith (la mitad de Underworld) que dan ganas de
mover los pies en la butaca y que sirve para unas cuantas secuencias
musicales agradecidísimas. Ayudan también los tres protagonistas:
el interesante James McAvoy, el visceral Vincent Cassel y la exuberante Rosario Dawson.
Pero ya puede tener la ayuda del
séptimo de caballería, que con un guión sin pies ni cabeza, que
además, se muestra muy pronto como disparatado y sin garra, no hay
nada que hacer. Una pena que esta haya sido la elección de uno de
los directores más intensos del panorama actual.