Aquí está Miguel Courtois otra vez. Con el amigo Melchor Miralles (sí, el de El Mundo) controlando el asunto desde la sombra, como productor y mandamás, asegurándose que la visión sobre los GAL que la película ofrezca es la que a él y su periódico de pata derecha coja le interesa. Pues bueno.
Courtois ya firmó con El Lobo una visión más o menos equivocada, más o menos inocente, sobre ciertos temas políticos. Lo que ocurre es que, a ratos, la película todavía tenía una fuerza, alguna que otra secuencia interesante. Lo cual no quitaba que, también de tanto en tanto, tuviéramos que asistir con inmensa vergüenza ajena a momentos realmente ridículos.
Por ahí van a ir los tiros. A esa misma inocencia obtusa (¡¡recuerdo en El Lobo una secuencia donde el topo hablaba con sus jefes picoletos delante de sus supuestos compañeros etarras!!), tenemos que añadirle ahora una visión mucho más marcada e interesada, políticamente, guiada por la mano y firma de Miralles. No objetaré nada a este hombre desde el punto de vista periodístico; todos le conocemos. O casi todos. Así que cada cual es libre de pensar y opinar. Pero, coño, que meta mano en la producción de una película con esta temática no deja lugar a la duda...
En definitiva, que le encuentro más interés morboso en ver qué pretenden contar, que interés cinematográfico.