Dicen que a la tercera va la vencida, aunque se tarden quince años. Jennifer Chambers Lynch debe de confiar en ello para embarcarse en un proyecto cinematográfico después del desastre de Mi obsesión por Helena. La directora ha apostado por volver al ruedo con un thriller de carretera que no lo es tanto, una idea que estamos cansados de ver en pantalla pero que en manos de alguien con talento puede ser interesante, sobre todo teniendo en cuenta el tufillo a Twin Peaks que despide. Por desgracia -comparaciones aparte- el regreso de la hija del polifacético David Lynch no puede calificarse mas que de mediocre.
El film arranca tras un asesinato en una apartada carretera de Nebraska. Dos agentes del FBI interrogan a los supervivientes en la comisaría de policía local. Surveillance se reivindica a través de una producción minimalista y sobria muy bien enlazada con los paisajes de la América profunda y los interrogatorios filmados. El problema es que la estructura del film no aporta absolutamente nada al desarrollo. Tanto da que haya tres cámaras que una, porque nos limitamos a retroceder en el pasado reciente de cada personaje a través de una serie de secuencias que no cuentan nada. Y todo ello filmado sin demasiado interés. No hay más que ver la escena del accidente, en la que no sabemos ni dónde estamos situados. Hasta su último tramo la película es un tedio constante.
Para tener un plantel de actores tan importante la película no nos ofrece ninguna interpretación digna de elogio. De hecho, el reparto está especialmente flojo, empezando por una Julia Ormond indiferente y terminando por un envejecido Bill Pullman al que han obligado a hacer un ridículo indigno de un actor de su categoría. Sin palabras. El resto de secundarios pasaban por allí, liderados por dos agentes de la ley que parecen sacados de Supersalidos. Menos mal que tenemos al gran Michael Ironside para levantar un poco este apartado, aunque su presencia le condene a hacer de si mismo cada vez que aparece en pantalla.
Los últimos diez minutos del film son puro exceso y derivan por esa fina línea que separa la genialidad del bochorno y que el padre de la directora tantas veces ha sabido recorrer con éxito. Quizás el peor defecto de la película sea precisamente este desenlace después de tanta mentira desmontada. Resulta discutible hasta que punto busca sorprender al espectador o simplemente jugar con él. Se mire como se mire, el macabro juego al que los asesinos someten a sus victimas no tiene ni pies ni cabeza.
Surveillance trata de parecer inteligente sin conseguirlo. Así, su mosaico de personajes repletos de secretos no es más que un avance del propio desenlace. Los monstruos observan y estudian a otros monstruos a través de las cámaras de vigilancia que dan nombre al film, ya sean una pareja de traficantes de droga o dos policías más que corruptos. En consecuencia, el único absuelto de la masacre no puede ser sino el superviviente de la familia feliz atrapada por la fatalidad del destino. Hasta los asesinos trajeados tienen su corazoncito. ¿Una crítica sutil a la normalización de la violencia en la sociedad americana? ¡Anda ya!
Jennifer Chambers Lynch rubrica su vuelta al mundo de la dirección con un thriller oscuro ya visto en pantalla en innumerables ocasiones y lo hace además de forma aburrida. Desgraciadamente, Surveillance no tiene rítmo y un thriller sin ritmo es una película condenada al fracaso. Seguramente papaíto proporcionará a su hija la suficiente financiación y un noble apellido hasta que de con la clave para hacer una película interesante. Mientras tanto, nosotros pagaremos el pato.
Y en Sitges dándole premios...