Por desgracia, el cine está compuesto en su inmensa mayoría por desilusiones. Cuando uno lee la sinopsis de una película como La criatura perfecta, queda inmediatamente prendado. Más tarde, al salir de la sala de cine, tiene una sensación agridulce en el cuerpo. No es una mala película, pero ciertamente podría haberse explotado mucho más su premisa inicial. No siempre tenemos la ocasión de asistir a un film de vampiros en clave de ciencia ficción. Los últimos escarceos de los chupasangres en el mundo del cine, films de acción del palo de las últimas entregas de Blade o Underworld, presentaban mundos y personajes planos, destinados solamente al adolescente obsesionado por el blanco de los colmillos o al devorador de películas de tiros. Por eso, cuando Glenn Standring se propone embarcarnos en una sociedad distópica (o, como bien la ha calificado un compañero precrítico, una ucronía) en la que la figura del vampiro está tratada desde un nuevo punto de vista, los amantes de la estirpe de Vlad Tepes nos sentimos irremediablemente atraídos ante su originalidad. Eso si, si hay quien busca claras referencias, las encontrará en las novelas que engloba la serie Anno Drácula. Desgraciadamente, no todo está tan logrado como el punto de partida.
Estéticamente, la película está muy cuidada, aunque lo cierto es que el universo que recrea no consigue ser del todo original. Los elementos de la Inglaterra victoriana, unidos a otros tantos objetos cotidianos, no son suficientes como para que lo comprendamos en toda su extensión. A la excelente introducción del film debería haberse añadido algún dato más a efectos de localizar mejor la historia que se nos cuenta. Esa falta de explicaciones deriva en que gran parte del metraje se ubique en un paraje ignoto e impersonal, al que no asociamos en absoluto con la citada ucronía. El efecto es que el impecable, aunque modesto, apartado estético solo cumple su propósito desde un punto de vista visual, no narrativo. Es decir, la ciudad no se convierte en un personaje más, cuando queda claro que ese es precisamente uno de los objetivos del realizador. A ello no ayuda la excesivamente oscura fotografía. Más que acentuar las grises fachadas de los barrios desfavorecidos de esa Londres alternativa, las diluye. Ello no resulta un impedimento para alabar la cuidada recreación a nivel de vestuario y atrezzo.
La historia del film es clásica, excesivamente pausada y además, a pesar de tomarse su tiempo a la hora de presentarnos a los personajes, no terminamos de entender sus motivaciones. Se entrevé un innegable vínculo emocional entre Silus, Edgar y la detective Lilly, pero por desgracia no se profundiza demasiado en el mismo. ¿Cómo puede ser que entonces la película parezca alargada? Lo cierto es que durante parte de su metraje, la recreación estética ocupa demasiados fotogramas. Es como si no hubiera nada que contar, a pesar de los numerosos puntos que quedan abiertos, sobre todo a raíz del nacimiento final de la criatura a la que alude el título. Si como desfiguración del cine negro no acierta a ser atractiva, tampoco las escenas de acción hacen de ella un buen divertimento: son excesivamente cortas cuando requieren de costosos efectos especiales y demasiado lentas cuando se resuelven del modo tradicional. La crítica social a la que alude es tremendamente maniquea y por ello es preferible ignorarla.
En cuanto al reparto, los actores Dougray Scott, Saffron Burrows y Leo Gregory dan vida a unos personajes que claramente les superan. De todos modos, en este caso es casi inevitable no caer en la caricatura. Aquí hay que hacer referencia a la presentación del héroe y el villano, reunidos en una misma figura. Su interesante revisión del vampiro cinematográfico resulta un gran acierto. Se trata del malvado monstruo que encarnaran en su época Christopher Lee o Bela Lugosi, reconvertido en el siguiente paso en la evolución de la propia raza humana. Lo cierto es que esta premisa supone la continuación de otras tantas propuestas en las que se cuestiona la verdadera naturaleza de estos seres de la noche, aunque frente a visiones más humanistas o románticas -como las de Jordan o Coppola- la de Standring se acerca más al plano científico. Eso no quiere decir que en el universo del experimento y la ciencia no haya cabida para las emociones. Quizás para compensar esa aparente frialdad, se ha optado por incluir esas pinceladas religiosas en la orden de los vampiros, un aspecto en el que no se profundiza demasiado, a pesar de su inequívoco interés. La hermandad se nos presenta, en efecto, como una orden excesivamente hermética.
Con semejantes bazas, resulta sorprendente que La criatura perfecta sea una película aburrida. Bajo una apariencia de originalidad inusitada, se esconde un desarrollo clásico y excesivamente pausado. La obsesiva ciencia-ficción del film, empeñado en recrear un universo propio pero creíble, termina por pasar factura al argumento. Que un escenario tan jugoso como un mundo agonizante, en forma de ciudad eternamente mojada y plagada de rascacielos decrépitos y vapor, no logre dar más juego a una persecución entre dos rivales sobrehumanos simboliza a la perfección la estéril imaginería interna de la película. Bien es cierto que la falta de dinero en la producción puede tener mucha culpa, pero no es menos cierto que se echan de menos más peleas, tiros, colmillos, sangre y vampiros.
Nueva Zelanda parece empeñada en demostrar que es la nueva panacea dentro del panorama del cine fantástico y de terror, pero lo cierto es que bajo su extensa producción de cine de género se esconden propuestas demasiado tradicionales. Es lo que ocurre cuando, por mucha cantera que haya, uno está sujeto a las exigencias de la industria. Dicho de otro modo, para que haya cine independiente, ha de existir primero el comercial. Por no arriesgar, su director no ha querido poner toda la carne en el asador, relegando el metraje a unas pocas pinceladas interesantes. Hay una clara buena voluntad en sus intenciones. No cabe duda de que ha intentado hacer una película diferente y la claridad de sus ideas es digna de elogio, aunque desgraciadamente no consigue llevarlas a buen puerto. Lo cierto es que, a pesar de sus virtudes, el film resulta decepcionante. La criatura de Glenn Standring es sin duda un monstruo propio, pero queda lejos de ser perfecta.