He tenido la suerte de ver esta película apenas quince minutos después de la decepcionante Háblame de amor. Y si alguien puede sentirse herido por mis apreciaciones sobre aquella película, en la que básicamente me quejo de lo pretencioso y falta de sutileza de la misma, creo que deberían ver esta película para entender a lo que me refería.
Una pequeña bien pequeña, pero con mucha carga de profundidad. Y eso que a pretencioso no se le puede ganar si se tiene en cuenta que se inicia con un poema de Andre Bretón. La manera en que los personajes se conocen es maravillosa, con él, sonámbulo, cayendo en la cama de ella. A partir de ahí, una película que podría resumirse como un manual de sexo tántrico en un entorno de realismo mágico.
Largas escenas de sexo que llevan a espectadores despistados y ya entrados en años a abandonar la sala, pero sobre todo, pequeños momentos de poesía visual. Me refiero, por ejemplo, a la escena en la que el difunto padre del protagonista quema las cartas de su amante, la propietaria de la ferretería; a la siesta del protagonista con zancos abrazado a un ciprés; a esos paseos junto al cementerio con todos esos muertos sentados en la silla y haciendo el mismo gesto; y con esa oda al idilio de corta duración y gran intensidad, a eso que muchos llaman "rollito de verano"; y a ese consejo que le da el padre a su hijo.
Hay mucho de Joan Marsé en esta película, en lo que se refiere a la iniciación al sexo, a la relación de profesora-alumno en el sexo, y a ese recuerdo sincero y especial de esos primeros años; es cine que por momentos evoca a canción de cantautor.
Lástima que la película no sea capaz de darnos más de lo que propone, de sus cortos objetivos, y de que aunque es corta, haya algún momento excesivamente largo y pesado; a que los personajes no tengan más profundidad, y a que incluso falten algunos. Lo peor, una música que no consigue acompañar el tono hipnótico.
Pese a todo, una muy disfrutable película.