Ya lo sabíamos: Dario Argento es un genio del terror venido a menos. Basta ver sus últimas intervenciones en la malograda Masters of Horror para darse cuenta de que este hombre ya no es lo que era, como le ocurre al género que apadrina. Pero uno siempre podía confiar en que recobrara su mojo con un proyecto que le ilusionara. En efecto, con Mother of Tears Argento finiquitaba de una vez por todas su trilogía de las tres madres, enfrentando a sus protagonistas con la temida Mater Lachrymarum. Desgraciadamente, da la impresión de que el director ha realizado este trabajo más por obligación que por gusto, como quien se quita un grano del culo a guisa de espina clavada. Quizás la palabra que mejor defina esta actitud sea desinterés.
El argumento es el de siempre pero en malo. Es incomprensible de después de tanto guión rechazado y tantas vueltas de tuerca a la historia de esta película los resultados sean tan mediocres. Era de esperar, pero tampoco es que al cine de Argento haya que exigirle una excesiva profundidad argumental. Lo curioso es que tampoco el gore o el despelote -a excepción de una bien formada Moran Atias- son demasiado brillantes. De hecho, la película es bastante comedida en su violencia orgiástica. Las exigencias de los productores, que forzaron al director a recortar su película de cara al Mainstream, dejan huella. Los nuevos hallazgos visuales como el mono o una bruja a lo Gothic Lolita japonesa son de chiste.
Durante un buen rato parece que la película funciona. Incluso la primera de las muertes, en el museo, parece evocar los mejores momentos del creador de El pájaro de las plumas de cristal y Rojo Profundo, pero es una primera impresión equivocada. Cómo se ha comentado en más de una crítica especializada, da la impresión de que estemos viendo un telefilm o -peor aún- un episodio de Embrujadas sobre la base de un libro de Dan Brown. Imagínense el resultado. El momento en el que aparece por primera vez el fantasma de la madre de la protagonista es simplemente bochornoso, repitiéndose esa sensación en otras muchas escenas.
Referirse a las interpretaciones de Asia Argento, Udo Kier o Adam James o es hablar de actores perdidos, sobreactuaciones o falta de carisma. Como los fantasmas que aparecen por pantalla, son meras sombras de los profesionales que son. Sus personajes con casi tan caricaturescos como la banda sonora del compositor Claudio Simonetti, que para no desentonar acompaña a Argento en su caída al abismo de la mediocridad. Al menos el cameo de Daria Nicolodi tiene su gracia para los incondicionales del italiano.
La ultima escena, con Asia y el detective muertos de risa a la salida de la grieta que conduce al horror -un plano que parece sacado de una película de Harryhausen- deja en nosotros una duda terrible. ¿Argento se ha tomado su película en serio o lo que hemos visto no es sino una parodia del Giallo en tiempos modernos? Demasiado rebuscado para ser cierto, pero no seré el único espectador que lo haya pensado. Eso si, aún hilando tan fino no se podría hablar precisamente de sutileza. En cualquier caso, la caspa del film resulta por momentos entrañable y es que lo bueno del terror es que es un género en el que lo cutre casi siempre tiene su encanto.
Que haya quién diga que esta es la mejor película de Argento en años nos da una idea de lo bajo que ha caído este director. No hay aquí ni rastro de su controvertida violencia ni de su cautivadora poesía gótica y macabra. El regreso a los orígenes, dejando a un lado los geográficos, brilla por su ausencia. Supongo que no es justo comprar La terza madre con sus predecesoras. Quizás todo se reduzca en esencia a la falta de un espíritu nostálgico imposible de recuperar. Los tiempos han cambiado, el giallo ha muerto para siempre y el nuevo espectador ya no se asusta con nada. Pero basta volver a ver Suspiria e Inferno para darse cuenta de que esta película no es digna sucesora de la trilogía que cierra.