En esta ocasión, Sion Sono ha
decidido hacer una obra más ligera, de consumo más fácil y muy
vendible en el extranjero como procuto típico japonés. Como un
restaurante de sushi para turistas. Y es que el género es muy
reconocible: comedia japonesa sangrienta. Gore light para toda la
familia. Tanto es así, que ya no solo bebe de sus propias fuentes;
lo hace incluso de Kill Bill (escuchamos incluso algunos temas
musicales que son guiños claros). Es decir, homenajea a lo que un
occidental (Tarantino en este caso) consideraba un homenaje a ese
cine japonés. Y más allá de su genuinidad como cine puramente
japonés, el hecho es que hemos visto ya unas cuantas veces este tipo
de película.
Con esto bien claro, hay que decir que
resulta de lo más divertida y que, salvo alguna escena redundante
de los cineastas ameteurs, las dos horas pasan volando. Muy buen
ritmo, acompañado de una banda sonora muy eficaz (tanto es así, que
hay un par de cortes repetidos de otra obra del director, Love
Exposure). Rodado con gran fluidez, entre cierta nostalgia en la
textura y modernidad en su dinamismo. Nostalgia que acompaña a un
argumento con referencias constantes al cine, y en concreto, al viejo
cine. En cuanto al contenido japonés, el mismo conjunto de tópicos
que lastra la película también sirve para la sátira. Como esos
yakuza que deciden irse a vivir a un castillo, delirante.
Actores sin complejos que llegan a
sobreactuar pero que no se ponen límites. Especialmente brillante
ese jefe de la mafia de constante aspecto indiferente y cínico. Muy
bien elegidos los dos cámaras. En general, todo el reparto está
estupendo.
Una comedia ligera e intrascendente que
no dejará demasiado para el recuerdo, pero que también es necesaria
de vez en cuando. Indicada para verla en grupo.