El drama profundo y latente de la película nutre cada poro del film y a sus personajes de una manera tan letal que es imposible no llevarla al terreno del día a día humano, de continente a continente, de país a país. Sin entrar en subterfugios mezquinos pero sin olvidar el insultante maltrato al emigrante de ahora y de siempre, a través de las ganas de amar y ser amado, rompe con ciertas barreras y disfruta de la verdad de la nostalgia y la pena a golpe de actuaciones sencillas pero clamorosas.
Ambos personajes ocultos entre la masa, calmados por el tiempo y la imposibilidad, bailan en esa pequeña Venecia, con ese eterno juego del viaje poético de las olas, meciendo al espectador medio a la misma velocidad y el mismo ritmo de sensibilidad agazapada y doliente.
Un toque de realidad y entereza que salpica a propios y a extraños con un final eterno pero infeliz, al puro estilo tragicómico pero sin el bagaje de la necesidad de forzar la verdad con belleza. Al fin y al cabo, las cosas pasan así, en silencio y sin tenerse en cuenta, y el film lo narra con fabulosa diatriba. Muy buena película.