Que quede claro desde el principio que Serena no es una película redonda ni mucho menos. Especialmente en su recta final, se vuelve excesiva, sin demasiada justificación, con giros demasiado convenientes y poco creíbles. Algo que no está ahí en los primeros tercios y que desmerece el conjunto. Sin embargo, no creo que sea, ni mucho menos, una película lapidable como parece que está siendo el caso. Cuenta con varias virtudes que justifican darle una oportunidad.
Su virtud más evidente está en el reparto. Dos protagonistas, pareja cinematográfica de moda ya, con su tercera colaboración, que tienen momentos de una intensidad fabulosa. Aguantan un primer plano conjunto, desgarrador, que no está a la altura de cualquiera. Jennifer Lawrence le saca todo el partido al papel más agradecido y Bradley Cooper hace buen uso de su energía y carisma. Y por supuesto, tienen química. Los secundarios en general también funcionan, pero especialmente magnético es Rhys Ifans, en ese enigmático y oscuro vengador.
Resulta chocante, en un drama ambientado en los años treinta, y con un barniz casi de western, encontrar temas tan actuales como los que aparecen. Una mujer que no solo es fuerte, sino que reclama sus derechos como socia y marca continuamente su estatus al mismo nivel que su marido. Un tema ecológico de fondo, la deforestación que se enfrenta ante la cuestión de los puestos de trabajo (proteccionismo contra libertad). Las condiciones de los obreros, en cuanto a salario y seguridad. Y hasta el protagonismo de los bancos. No es que esos temas no estuvieran presentes en las películas de la época -podemos ver hoy La diligencia y encontrar unas referencias impecables hacia los bancos- sino que se haga una película de época, con revólveres y ferrocarril, para tratar estos aspectos.
También nos habla de la maternidad (y paternidad), claro está, y de cómo los instintos más primarios prevalecen en nuestras decisiones -las de ella y las de él. Los animales como reflejo simbólico de ello. Ella, fuerte y segura, implacable cuando quiere eliminar a su presa, se relaciona con el águila que solo ella puede manejar. Él, con esa búsqueda constante del puma, y ese bello final en el que se enfrenta a su propia violencia. Una pareja cargada de esa pasión animal, que está muy lejos de poder adaptarse a la gris sociedad que les rodea, de sangre apagada y vidas vulgares. Brasil como el paraíso inalcanzable, la lucha por el éxito y la felicidad completa.
Como decía, si al final no fuera tan esclava de sus propias necesidades narrativas, podría haber sido una película más redonda. Aunque quizá, como a los personajes protagonistas, a Susanne Bier la contención no le interesa. Quizá deba ser así.