No voy a negar en estos momentos que no me faltaron detalles para haberme dado cuenta que la cosa no iba a funcionar antes de entrar siquiera en la sala de cine. Justo cuando cruzaba el último paso de cebra que me separaba del cine, un par de señoras con mucha edad comentaban a otra pareja de similar experiencia vital que la película les había encantado. ¿Acaso es esto malo?
Cuando comenzó la película, despatarrado en mi butaca, me vinieron a la mente las palabras de una profesora de literatura que tuve hace años en el instituto y que soltó la siguiente profecía sobre Arturo Pérez Reverte, un auténtico ídolo para mí por aquel entonces: “Reverte te gusta ahora, pero cuando pasen unos años y te hagas mayor, dejarás de leerlo y te dejará de interesar”.
En un tiempo en el que dejo al Destino que me arregle más cosas de las que soy capaz, debí haber caído en la cuenta que estaba yendo hacia un auténtico naufragio de película.
En primer lugar destacaré lo bueno, o lo salvable, que en este caso no son las mujeres y los niños. Lo mejor, de calle, es Carmelo Gómez, en una interpretación de Coy que realmente llega y que realmente se cree. Naturalidad para esa suerte de bueno fracasado del cine más negro y clásico, de esos personajes de Reverte que ya no hay quien se los trague.
Porque, y lo siento por quien la haya aplaudido en sus escenas de desnudo, Aitana Sánchez Gijón no está a la altura. En Bosque de sombras me chirrió algo, pero no sabía si era por ella. Aquí me doy cuenta que es ella, que es totalmente antinatural, y de un frialdad intrínseca, y que precisamente lo que necesitaba Tánger era una mezcla explosiva de frío y de calor, que en ningún caso logra. ¿Sus orgasmos de fiera? En fin, los polvos en las novelas de Reverte son un poco así.
Uribe era mi gran miedo en mi precrítica, y me ha demostrado que no ha sabido darle vida ni alma a un proyecto. La película es aburrida, es una adaptación tan liviana como lo fue la de El código Da Vinci, y es probable que el espíritu de la novela y de la intriga se haya quedado en algún cajón.
No hay atmósfera, y eso es terrible en una película que juega abiertamente a ser noir. No hay garra, no hay adrenalina en las escenas de acción, que están rodadas con poca pericia. Las escenas acuáticas, la visita de la lancha de la Guardia Civil, en fin, se apuntan cosas pero no sucede nada que le apriete un poco el pecho al espectador. Y, además, la resolución es tan pobre como previsible. Uribe se creía que por un inicio de cámara pegajosa y con tembleque podía lograr engatusarnos. Lo siento mucho, pero no.
Me ha defraudado una barbaridad esta adaptación que partía como uno de los barcos estrella del cine español para este año. Se lleva un dos más que raspado.