Los Borgia es una película mediocre. Ciertamente, es una película floja, sin chicha, monótona y lineal. Pero eso no es más que una de las consecuencias, una más, del constante tono mediocre que la película mantiene.
Es mediocre su concepción visual. Al director, Antonio Hernández, se le adivina nervioso, bullicioso incluso, intentando controlar esa cabecita de la que le salen cientos de ideas, imágenes, hallazgos visuales que, qué lástima, luego no sabe controlar ni plasmar a la hora de rodarlas. Se atisba, aquí y allá, que la idea para este plano no era mala, quizás así mejor, quizás asá, tal vez... Pero Los Borgia nunca golpea. Desde luego, de tanto en tanto deja algún plano interesante. El primer flechazo en la emboscada de los Orsini. El sostenido primer plano de Lluís Homar (Rodrigo Borgia) tras la muerte de su hijo Juan. Pero nunca llega a emocionar, a golpear de verdad al espectador. Aún así, controlando los impulsos, con más relax, uno tiene la sensación de que Hernández podría mostrar un sentido visual ciertamente interesante.
Es mediocre en su concepción argumental. Tanto se centran en César y Rodrigo Borgia que al final hasta la historia y la Historia, y sus respectivas circunstancias, apenas sí quedan expuestas por diálogos perdidos y brochazos medio esbozados. Y ni siquiera (ya lo pedía en mi precrítica) tiene arrestos (huevos) para mojarse del todo en según qué cuestiones. Demasiadas medias tintas.
Es mediocre en sus aspectos técnicos. Aplaudo el trabajo de vestuario. No tengo problemas en aplaudir aquello que me gusta. Pero igualmente critico abiertamente dos aspectos vitales en películas de este tipo: la fotografía (siento ser duro: burda) y la banda sonora. Ángel Illarramendi acierta de pleno con dos temas que, por desgracia, sucumben ante la machacona reiteración de una fanfarria desafortunada y muerta de emociones que acaba por aburrir y despistar al espectador.
Es mediocre en su guión. Porque no se puede ser tan torpe, ya desde el principio. Rodrigo Borgia, dialogando con su familia, les da la espalda a todos y cara a cámara prácticamente hace un resumen de lo sucedido históricamente en los últimos años, hasta la fecha. El clásico ejemplo burdo de no sé como plantear la situación, así que nada, que lo diga en voz alta un personaje y, ale, todos enterados. Y ejemplos de estos, varios. Por no citar las ridículas frasecillas de amor entre Lucrecia y el poeta Perotto (qué horror de poeta si su mayor amor le inspiraba semejantes cursiladas).
Es mediocre porque tiene a buenos actores a los que inexplicablemente no explota, y a actores realmente insoportables. En este capítulo, vayamos por partes. Empezando por el caso más flagrante: El de Lluís Homar, al que también podemos ver en Bosque de sombras. Me parece un actor como la copa de un pino. Poderoso, conocedor de su potencial. Sin embargo, no sé qué cojones le pasa en esta película; inexplicablemente, se tira todo el metraje con esa sonrisa estúpida de "sí, todo va bien, sí, todo debe ser así". Entran ganas de darle una bofetada. Afortunadamente, de tanto en tanto alguna escena salvadora le permite demostrar quién es y lo que es capaz de hacer (como la citada secuencia en que llora la muerte de Juan Borgia).
En cualquier caso, en su descargo, también hay que decir que hay escenas que debieron ser un auténtico suplicio para los actores... no insistiré en lo ya dicho en el capítulo sobre el guión.
María Valverde, la tan aplaudida María Valverde, a la que no había tenido oportunidad de ver, está insufrible. Insoportable. Qué horror. Eusebio Poncela desaprovechado; una lástima. Desaprovechado porque Poncela es un crack, y porque su personaje (el cardenal Della Rovere, luego papa) tenía mucha más miga, no me jodas.
Muy bien Paz Vega; nunca me ha caído muy bien esta mujer, pero aquí aparece unos minutitos y transmite una energía, una presencia y una profesionalidad que evidencia la condición de casi-amateurs de algunos mindundis que desfilan por la película.
Y dejo para el final al personaje nuclear: César Borgia. Creo que hay un error de concepto brutal en la propia génesis de la película, al presentar a César como un hombre de pelea que apenas sí piensa, más bien ejecuta órdenes de su padre. Incluso uno de los Orsini acaba por ningunear el carisma que pudiera tener César ante el espectador al decirlo abiertamente: Es un soldado, sin su padre no puede hacer nada.
Quizás sea cierto, esto último, pero César tenía que ser César: Tan soldado como pensador, herido por ser el hijo olvidado, el cardenal, siempre en la sombra, testigo de los honores de su hermano Juan. Tenía que ser el personaje que se comiera la pantalla, el que atrapase al espectador, el imán. Pero si la película ya falla en su planteamiento, en mala posición dejan ya al actor elegido: Sergio Peris-Mencheta.
Quizás no tenga Peris-Mencheta el currículum que uno pediría para dar vida a todo un César Borgia. Pero viendo la flojera general del resto del reparto y de la película en general, y entendiendo además que respecto a su personaje, el error ya está en la concepción, en el mismo guión, sinceramente no se me caen los anillos por defender el trabajo hecho por el actor.
Hay secuencias donde, desde luego, resbala un poco. De hecho, bastantes. Sin embargo, a menudo consigue transmitir una sensación cierta de verosimilitud, una naturalidad cargada, esto siempre, de una presencia física casi agresiva. Ante el tembleque del proyecto, Peris-Mencheta opta por aportar fuerza al personaje por ese camino más físico y, al menos, él salva sus muebles.
Esperemos ver a los Borgia algún otro día, en alguna otra película.