Jaime Rosales y yo estamos de acuerdo. Los etarras comen, cagan, follan y matan. No creo que en esto haya alguien que pueda no estar de acuerdo. Es como los demás... excepto en lo de matar. Y - no sé ni por qué explico esto - ahí está la clave: ¿Qué lleva a matar a un etarra? Rosales no responde. No tenemos ni idea sobre qué hablan esos etarras. No sabemos si el tío es un loco amante de la sangre, un desgraciado o por el contrario es un pobre ciudadano víctima del sistema opresor... ni idea. De ésta manera parecería que la película no tiene intencionalidad política, sino fuera porque mostrar a los terroristas como gente normal ya es una posición política.
A nivel formal, la película se parece más a una de éstas reconstrucciones que suelen darnos en el telediario... si no fuera porque ninguno de los tres terroristas - y menos el protagonista - se parecen a los que cometieron los asesinatos de Capbreton.
Por otro lado, Jaime Rosales llega a San Sebastián con una vitola de director experimental. Reconozco que no he visto La soledad, pero en ésta película la experimentación brilla por su ausencia. Aquí se utiliza la excusa de la experimentación para hacer trampas. La experimentación bien entendida debería servir para intentar transmitir una historia de manera diferente porque así se va a transmitir mejor. Sino, uno puede rodar una película donde la cámara enfoque siempre a las orejas de los personajes, o donde los personajes actúen haciendo el pino... La pregunta es: ¿Para qué?
Vamos a pararnos en el "para qué". Quiero comparar a Rosales con Lars Von Trier, aunque no haya hecho nada para merecérselo. Muchos son los que acusan a Von Trier de genio del marketing, de tramposo y de falso experimentador. No voy a negar que tenga un poco de todo eso, pero en Dogville. por ejemplo, con su experimento de rodar en un pueblo cuyas casas no tiene paredes, sí consigue narrar la historia de una manera diferente y nueva. Consigue, por ejemplo, que en un sólo plano podamos ver entrar a los coches al pueblo, mientras Grace está en su casa... Podrá gustar o no, podrá interesar o no, pero ese mismo plano sería imposible con paredes. La ausencia de paredes tiene una utilidad narrativa.
Con Jaime Rosales no hay ni experimentación (una forma nueva de lenguaje cinematográfico) ni análisis político. Lo único que hay es marketing. Una calculada pose, un nicho en el mercado y una imagen de marca. El fraude del mal marketing.