Lo cierto es que uno se soprende, y mucho, cuando ve la película. Tantos reconocimientos que despistan a uno cuando se monta en el coche con Miles y su amigo.
De ahí que considere importante empezar por el final, por mi conclusión una vez vistos los créditos finales. Sinceramente, mal tiene que estar el cine en general para que cuando aparece una película como ésta, muy normalita, la aclamen como la han aclamado. Esta película, hace 40 años, hubiese pasado totalmente desapercibida. Porque es una película que trabaja desde la más correcta de las técnicas cinematográficas, con una dirección correcta, pero sin gancho; con un montaje, convencional; con unos diálogos, jugosos, pero nada espectaculares; con unas actuaciones notables, pero lejos del sobresaliente; incluso con una fotografía cercana al telefilm.
Muy mal, me repito, debe estar la Industria para que una pelíucla que se propone contar las vivencias un tant personales de dos personajes anónimos e ignotos, despierte tanto aplauso.
La película dura dos horas que no se hacen largas, pero en las que uno no ve ningún despegue. La historia avanza, se va desperezando, uno se va emborrachando con tanta conversación sobre el vino, pero no siente que la película se caliente. La tildan de comedia, pero los momentos cómicos están contados y no contiene ninguna fuerza.
Todo se va desarrollando con un director autocomplaciente y una banda sonora de espera al teléfono. Sinceramente, no da para más el análisis de un telefilm (entendido en el mejor sentido del término).