El lavado de cara ha servido para mucho, porque en mi persona al menos he conseguido quitarse esa pereza a la hora de elegir una película Bond como destino. Daniel Craig, ha demostrado que puede con el personaje aunque esté obligado a presentar en todo momento esos morritos de chulito a diestro y siniestro, pero al menos a redimensionado la imagen del agente con letras mayúsculas.
No sólo se nos ha presentado como un tipo sin tantos miramientos, sino como un ser cansado y lleno de pasión no sólo ante el sexo puro y dura en la conquista, sino con un respeto hacia la mujer que antes pocas veces se había demostrado en la saga. Un hombre del siglo XXI que se hace cargo de que su perfección es de dominio peliculero.
En cuanto al film, menos espectacular que otros, pero quizás con esa dosis de realismo suficiente, que no deja en mal lugar al personaje, sino que lo eleva hacia las alturas, más allá de las grúas, definiéndolo como un experto y no como antes, un suertudo competente.
Con una trama menos exageradamente enorme, con problemas más localizados y enemigos más verosímiles, 007 se ha enfrentado con la realidad de una necesidad del cine actual que ya no le mima como antes. En la película se puede contemplar un hombre que se tiene que obligar a divertir a los admiradores, sin perder de vista los geniales efectos de aventurero salvador, pero a la vez con un toque de ombligo del mundo olvidado que lo hace mucho más interesante.
No he tenido que contar los minutos, me ha resultado ciertamente ágil, directa aunque algo arrastrada en la pelea de cartas, pero el resultado me ha reconciliado con una imagen que de seguir así no se hundirá, al menos se volverá a hacer un hueco en nuestros corazones.