Diane English debería ser un personaje femenino de alguna película de Mike Myers. Sin embargo, es la directora y guionista de este despropósito, forjado a buena sombra, subidito al carro de Sexo en Nueva York.
La tal English es la guionista, productora y directora de algún que otro programilla de relativo éxito en los Estados Unidos y, a la que ha podido, y amparada por el bombazo televisivo y ahora también cinematográfico de la susodicha serie de pijas neoyorquinas, no lo ha dudado y ha gritado aquello de ¡yo también soy estupenda!
Así que nos azota sin ningún tipo de decoro con una vergonzante copia protagonizada por mujeres de segunda línea que, Nueva York arriba y abajo, juguetean con sus problemones de primera índole: patas de gallo y conflictos internacionales de similar gravedad.
Para protagonizar tal pequeñez ha engañado, como decía, a mujeres incapaces de mantenerse (unas) o de llegar (otras) al verdadero estrellato hollywoodiense: Ahí tenemos a Meg Ryan, que al menos tuvo su época de gloria en tontunas comedias románticas (legendario su orgasmo fingido), pero ahora es una sombra deformada por el bótox y la falta de talento. Annette Bening, uno de los Premios Donostia más inflados y marcada a fuego por las yemas de los dedos de Warren Beatty. También está por ahí Eva Mendes (La noche es nuestra, The Spirit), mujerona latina de gesto extraño, caderosa y con menos credibilidad actoral que la célebre iguana de Jim Carrey.
Hay más nombres, no creáis: Carrie Fisher fue la princesa Leia y luego la protagonista de mil y una juergas nocturnas. Quizá ni se acuerde. Bette Midler es insoportable. Punto. Debi Mazar nació para gótica, y eso en Hollywood limita lo suyo; al menos tiene poca competencia, papeles secundarios asegurados. Jada Pinkett Smith podrá gritar toda su vida que rodó con Tom Cruise y para Michael Mann (en Collateral), que no es poco. Pero no hay mucho más.
Así las cosas, no creo que esté exagerando ni un pelo. Puede que estemos ante una de las películas más insoportables del año. Yo aviso.