En la precrítica apuntaba el dato según el cual Kim Ki-Duk escribió, rodó y montó a velocidad de vértigo esta película. Lo cierto es que la película parece estar construida sobre cuatro ideas para cortometrajes, unidas aquí de una forma un tanto...deslabazada. Estas ideas, a mi juicio, son la del chico que entra en las casas ajenas para no robar en ellas; las agresiones con el hierro 3 (palo de golf); la relación silenciosa entre los dos protagonistas; la capacidad del personaje principal para moverse por los 180º en los que el ojo humano no ve. Sin duda estas cuatro historias podían haber dado cuatro magníficos cortometrajes, pero en su intento por incluirlos todos lleva la película a un ambiente de irrealidad, lentitud y aburrimiento.
Como toda película hecha por ideas de cortometraje, ésta contiene detalles y matices interesantes: el protagonista subiendo por las escaleras pisando las propagandas que él deja; las fotografías que se saca en las casas ajenas; el ataque con el hierro 3; determinadas escenas de desaparición en la cárcel; el plano final... No obstante, la película, por su evidente falta de unidad, falla en las transiciones, en el tempo narrativo, dando lugar a escenas hasta sonrojantes (cada vez que les pillan o el personaje del marido de la chica).
La secuencia final es muy bella, de gran simbolismo y elegancia, rematada con el maravilloso juego de luz y sombras y con el plano final en el peso. Pero la destroza con la frase final del tipo a veces es tan difícil discernir entre la realidad y la ficción. Un epitafio que deja sabor amargo, casi a tomadura de pelo. Vale que el cine oriental juega con ese alto nivel mágico y místico en su simbología, pero no podemos ver la paja en el ojo ajeno y no verla en el nuestro. Vamos, que no se puede criticar el cine de más quilates de presupuesto por intentar venderte humo y no castigar también éste otro.