Esperaba yo una película al nivel de los capítulos más recientes de Los Simpson, graciosos, regalándonos a ratos gags realmente brillantes pero lejos de la brutal e impagable regularidad de los mejores momentos de la serie. Y, más o menos, eso es lo que hemos tenido.
La clásica parodia al cine de Hollywood (varios momentos concretos pero sobre todo el argumento al más puro estilo blockbuster veraniego), los habituales secundarios (y los no habituales; vamos, ¡que estaban todos!), los cameos de rigor (impagable Tom Hanks... pero, ¿por qué a Chuache no le dobla Constantino? ¡qué fallo!)... Las constantes de Los Simpson, sus señas de identidad, están también aquí, en lo que ellos llaman "la película".
Subrayo este último comentario porque más de uno viene diciendo que no es más que un capítulo de la serie pero de más duración. Sí... pero no. No, porque hay un ligero matiz de reafirmación, de conciencia clara de que esto es otra cosa, que se utiliza para reafirmar el espíritu de lo que esa extraña familia es, supone y representa. Una suerte de firma a pie de página enfocada, esta vez, en plano de detalle. Para que quede claro.
Quizás por eso la cinta a ratos pierde un puntito de la frescura aparentemente desordenada y anárquica de los capítulos televisivos. Aquí se afana por continuar un (ligerísimo, eso sí, con todo no olvidemos que hablamos de Los Simpson) hilo argumental construído desde el paso uno hasta el último y en el que las escasas tramas o más bien anécdotas paralelas también sirven, finalmente, para solucionar o hacer avanzar el argumento de la película.
Sea como fuere, lo que más influye en el resultado final de la película, si buena o mala, es la calidad, es decir, la gracia de sus gags. Y la tienen. Aunque quizás la mayoría de ellos no pasarían a engrosar una hipotética lista de los 20 mejores gags de la historia de la serie. Aún así, es graciosa, irreverente y consigue que tu punto mínimo sea una constante sonrisa. Sazonada, de tanto en cuanto, de buenas carcajadas.