Prometía una premisa atrevida y peligrosa. Podía caer
fácilmente en el ridículo. Al final, ni ha sido tan atrevida ni tampoco ha
estado cerca del ridículo. Sobre el elemento de amor de la pareja durante la
transformación se toma suficiente distancia como para que no se provoquen
situaciones difíciles de sostener. El punto de inflexión es cuando por primera
vez, el infectado persigue a su chica. Una secuencia curiosa que funciona como
perfecta metáfora de la violencia de género por los diferentes sentimientos de
amor, ira, arrepentimiento que entran en juego. A partir de ahí, con un futuro
imposible para la película, se embarca en otras subtramas, con nuevos
personajes y otros objetivos que se muestran como un escudo protector para el
director que no tiene intención de resbalar.
No es hasta el final, en la zona de la alambrada, cuando se
retoma la peculiar relación, pero se hace con mucho tiento, y con una situación
extrema pero contenida, que termina sin aspavientos. Podríamos aplicar una
teoría similar a la realización, tenemos una contenida dirección que es
elegante y potente en ocasiones pero que no quiere ir mucho más allá y se muestra
siempre contenida.
Todo esto da como resultado una película
indudablemente correcta, con buen ritmo, seria, pero que tampoco quedará
demasiado marcada en la memoria del espectador. Cierta cobardía para una ópera
prima que quizá podría haberse arriesgado un poco más, aunque muy posiblemente
habría fracasado. Habrá que esperar al siguiente trabajo de David Morlet, para ver si se moja un
poco más.