David Cronenberg quiere abarcar muchos
temas con esta película, tantos que no termina de rematar con
ninguno de ellos. Recupera la ambición y la pretenciosidad que en
parte había perdido con sus dos anteriores trabajos, pero apunta a
tantos objetivos al mismo tiempo que el resultado queda algo
disperso. Esta dispersión se acentúa con unas enormes elipsis que
diluyen el contenido, con personajes secundarios de corto recorrido
como el de Vincent Cassel, y con una estética que,
exceptuando momentos puntuales, demuestra una falta de personalidad
que no ayuda a la cohesión. La obsesión del director por la
contención y la sobriedad, como contraste de sus primeras etapas,
está cruzando los límites, despojando a su estilo de cualquier
intensidad, sumido en este caso en una asepsia tan fría que no sirve
para enfatizar lo importante.
Curiosamente, es precisamente al buscar
el tema principal de la película, de entre los muchos amagos
inconclusos, cuando se vislumbra cuál es la verdadera esencia que
engloba a la película. Me explico. Enumerando mentalmente cada tema
abierto, vemos en todos ellos un factor común claro: todo responde a
alguna de las claves del inicio del psicoanalisis. La represión
sexual de Jung que está atormentado por el deseo que le lleva fuera
del matrimonio; la ruptura con la figura paterna representada en
Freud; la desinhibición del doctor "loco"; la culpa que provoca
el masoquismo en la protagonista. A través de todos estos personajes
se construyen cuestiones psicológicas básicas y
paradigmáticas, que ambientan ese principio de la psicología mejor
que los peinados relamidos, los bigotes y el vestuario. Aunque
también, de forma explícita, especialmente en los diálogos entre
Freud y Jung, se ponen de manifiesto las grandes corrientes
principales del psicoanálisis, con sus puntos fuertes y débiles.
Lo que termina por salvar la
película son las excelentes interpretaciones de sus protagonistas.
Michael Fassbender, que se sigue confirmando como uno de los
actores más interesantes del momento, sabe componer este personaje
tan distinto a otros trabajos suyos, manteniendo el peso más
importante de la película. Viggo Mortensen, tremendo, con
todo el carisma que requiere un personaje de tal relevancia, con una
voz aviejada y una presencia descomunal. Keira Knightley, en
un trabajo muy por encima de su nivel habitual, consigue enfrentarse
a un personaje repleto de excesos y manejarlo con maestría.
En definitiva, una película con muchos
valores aunque con un conjunto algo deshilachado, en parte porque
Cronenberg, por alguna razón, está decidido a convencernos de que
su personalidad como director tiene más facetas. Aquí se ha pasado
de moderado.