Es la clase de película que parece, sin truco, comedia simplona y algo exagerada donde aglutinar distintas edades y casi todos los públicos. Coger a dos tipos que pretenden hacerse un hueco de cualquier manera y seguir viviendo del cine como Sean William Scott (Cuestión de pelotas) o Paul Rubb (El novio de mi madre), no da muestras más que de presupuesto corto e intentación de taquilla asegurada. Tiene su público, el del alquiler, y algún despistado que no quiere preocupaciones en pantalla. Ambos actores están en un callejón sin salida, el primero es el eterno adolescente y el segundo entre el guapo y el guapo segundón, y tienen que aceptar lo que les cae o lo que les saque un poco siquiera del registro.
La chavalería que les acompaña tiene un cierto nivel que mencionar, o al menos desde el punto de vista de la curiosidad rescatando a jovenzanos que ya han gustado antes en comedias bien parecidas aunque mejores. Hablo de Christopher Mintz-Plasse que hizo su mella en Supersalidos y de Bobb´e J. Thompson en un papel más discreto en El hermano capullo de Santa Claus y con menos años que el primero.
Risas y situaciones forzadas, que no geniales, al servicio del viejo truco de ver a los mayores al servicio de las necesidades a veces alocadas de los pequeños. Un intento de ser distinto, sin serlo, pero con disfraz de mayor inocencia, que no merece demasiado la pena salvo en las excepciones antes mencionadas. Porque más que comedia es cómica.