Mi atento lector sabrá sin mayor esfuerzo lo en alta estima que tengo al cine canadiense, una propuesta más que interesante para nuestros días. De hecho, inquieto lector, te recomiendo que chequees siempre los Premios Genie, los Oscar canadienses para la búsqueda de nuevos tesoros.
Es lo que he hecho para intentar catalogar a esta película que nos ocupa hoy, comprobando que ninguna fue su repercusión. Y alguno me opondrá que una cosa es la sabiduría de los que han de entregar premios, y, otra bien distinta, la Sabiduría, entendiendo por tal, dos cosas que se convierten en una: bueno (absoluto) es lo que a mí lo parece.
El cine canadiense del 2008 pasa por Lejos de ella y por Shake Hands with Devil y, para el que le guste, con las Promesas del Este; y no será lo mejor de dicha cosecha este drama familiar con ropajes bastos, en manos del director Émile Gaudreault. Las premisas tontas y simples que dan paso a profundos análisis humanos son como una espada de luz en manos de un boxeador.
Una película que se va a esconder tras la cortina de lo decepcionante.