El Orfanato es una película muy bien hecha, dato loable tratándose por un lado de un debut, de una opera prima, y por otro de un género poco trabajado en nuestro país. O al menos, no bien trabajado habitualmente. Alguno podría entender, entonces, que haya un punto de entusiasmo ante la película, un sentimiento o una sensación similar a "nosotros también podemos hacer este tipo de películas".
El error, claro, es pensar en nosotros como unidad de lugar, con esa sensación nacional. El buen cine se puede hacer en cualquier parte del mundo, y el malo también. Y da igual que dirija un americano que lo haga un guineano. Lo que influye en que se hagan más o menos películas de cierto tipo, al final, es la industria y quienes la manejan; quienes ponen (o no) el dinero.
Por eso, ensalzar una buena y pequeña película de género como el peliculón del año, me parece una soberana tontería, por mucho que no produzcamos muchas de estas. La solución es sencilla: que haya más riesgo. Más puertas abiertas a los nuevos realizadores.
Respecto a la película en sí... lo dicho: la factura técnica es irreprochable. En todos los sentidos, en todas las facetas. También los actores están muy bien, salvo quizá esa voz tan poco creíble que tiene el muchacho. Suele pasar, en las películas con niño.
El problema es que la película huele a refrito, a mil películas. Pasa con los primeros diálogos, con el planteamiento de la trama argumental. Y lo peor es que las situaciones a las que la narración nos lleva tampoco son nuevas, y las vemos venir. Constantemente. No hay una sola sorpresa en toda la película y eso, en este género, es serio pecado.
La gran consecuencia es una cierta falta de interés mientras se ve la película. Solamente sale uno de esa indiferencia en un par de momentos, aislados, con algo más de brillantez. Pasa con el fantástico plano en que Belén Rueda juguetea desesperada, contra la pared, se tapa los ojos, mira en busca del niño, o de alguno de los niños, se tapa los ojos de nuevo, vuelve a mirar, vuelve a taparse los ojos, se gira para mirar una vez más...
Estos momentos de puntual brillantez hacen a la película levantar momentáneamente el vuelo. Pero pronto todo vuelve a ese cauce mucho más corrientito en que la película viene narrando todo, sin sorpresas, sin novedades, sin especial mérito. Todo apuntalado por una banda sonora que quiere buscar el efecto final pero que descuida la orquestación al servicio del momento. No hablemos ya de melodías. Es un defecto habitual de Fernando Velázquez, un compositor interesante pero que mejorará con el tiempo más por el trabajo que por el talento. Un nombre interesante, desde luego, en cualquier caso.
Al final, la conclusión es sencilla: Seguramente, de ser esta película americana, su taquilla habría sido efectiva pero no notable, nada destacable. Muchísimos no la habrían visto y, desde luego, Telecinco no nos habría dado tanto la tabarra.